El tocadiscos de dona coba.
Esteban Hernández Ortiz.
Doña Jacoba Prudenciano De la O, más
conocida como “doña coba” acostumbraba dormirse a las diez de la noche, sin
pasar ni un minuto más. Ya su organismo estaba como programado con el paso de
los años, para acostarse a apachurrar la oreja a esa hora. Sufría cuando
apareció eso de los horarios de verano y horarios de invierno. Doña coba decía
que esos inventos a ella nada más la trastornaban y que prefería seguir su
rutina diaria con el horario que desde niña había conocido. Se negaba a cambiar
su reloj, aunque por la radio escuchaba los anuncios. Muchas mujeres le decían
a doña coba que ellas no podían hacer lo mismo porque en la escuela no dejaban
entrar a los niños una hora después o no había quien los recibiera una hora
antes.
Había veces que doña coba podía
escuchar aún en lo más profundo de su dormir el cantar de los gallos. Ella
aseguraba que los gallos cantaban a las doce de la noche, a las dos de la
mañana, a las cuatro de la mañana y a las seis, ya casi amaneciendo.
Los nietos de doña coba llevaban de
la ciudad música de los grandes artistas mexicanos para que su abuelita
complaciera a la gente del pueblo. Los chavos trataban de que su abue aprendiera
a usar una pequeña pieza llamada USB, repleta de música que hacía que cuando
uno se diera cuenta, ya estaban escurriendo las de cocodrilo por todo el
rostro.
Ese día, como todos los demás, había
encendido su toca discos cuando los gallos cantaban en su habitual horario de
las seis de la mañana y empezó a dedicar las mañanitas a don Petronilo y a
Sofía, la hija de “doña Chella”, pues era sus cumpleaños. La gente acostumbraba
ir un día antes por la tarde para pagar los 50 pesos a doña coba, a cambio de sus
servicios por dedicar las mañanitas a los cumpleañeros desde poco antes de que
aparecieran los destellos de los rayos del astro rey en el Oriente.
Ya iban a ser las siete de la mañana
cuando doña Coba puso en su aparato la canción de “ingratos ojos míos”, en voz
de doña Lucha Villa. Aquella era una pieza musical que empezó a sonar por
doquier en la segunda mitad de los años 1960. Luego sonó perfectamente en las
bocinas del sistema de sonido de doña coba la canción “te traigo estas flores”,
esa canción que apareció a principios de la década de los setentas del siglo
XX. Para finalizar esa tanda de canciones de doña Lucha Villa, a doña coba le
dio poner “golpe traidor”.
En un intervalo, doña coba anunció a
todos que el comisario municipal los esperaría en el paraje conocido como “miramar”,
pues las fuertes lluvias habían destrozado la tubería que abastecía del líquido
vital a toda la comunidad. Todos deberían llevar herramientas como son picos,
palas, machetes y barretillas.
Luego siguieron canciones y más
canciones de doña Mercedes Castro, como “carta jugada”, hasta que Don Chencho
vivía muy cerca de doña Coba y de plano optó por ir a pedirle a su vecina que
por favor ya le parara porque sentía que de seguir escuchando esa música ese
día no iría a trabajar en su milpa, pues ya estaba la canción “se me fue mi
amor” de doña Irma Serrano y el bastimento ya estaba casi listo para él, dos de
sus hijos y tres de sus nietos. A doña Irma Serrano se le conocía como “La
tigresa” y otros daban en decir que era la más bravía de México.
Ante la petición de don Chencho, doña
Coba dijo que sí, que ya apagaría su sonido, nomás que la dejara disfrutar “dos
gotas de agua” y “la lámpara” de otra cantante conocida como “Chelo”.
Había una señora que sufría mucho
porque hace ya casi diez años que no veía, ni hablaba con su hijo, quien se
encontraba recluido en la cárcel de la capital del Estado y aquel día pidió a
doña coba que por favor la complaciera con “canción de un preso”.
Aquel día fue a casa de doña coba, un
nativo profesor cuarentón que trabajaba en Chilpancingo y pidió de favor que le
complacieran con la canción “el fandango aquí” de doña Eugenia León.
Después de semejante rato de
nostalgia, doña Coba dejó de despertar a los que todavía estaban dormidos, casi
a las ocho de la mañana.