Bienvenidas todas las personas que visiten a este blog, el cual difunde información histórica, económica, cultural y social de la Sierra de Guerrero. También se incluyen textos literarios que ayudan a promover a esta maravillosa parte del mundo que la creación nos dio. Los datos cualitativos y cuantitativos que se ofrezcan serán de acuerdo al alcance de nuestras investigaciones. Reciban un fuerte y caluroso abrazo sierreño. Fraternalmente: Esteban Hernández Ortiz.

domingo, 24 de enero de 2016

Cuentos de la calle.

Cuentos de la calle.
Esteban Hernández Ortiz

Érase un grupo de jóvenes bohemios y jugadores de naipe que además gustaban de llevar serenatas y tomar unos tragos de seguido en seguido. No sé si se trate de mitos o realidades que se viven al son de las parrandas, pero un día muy a temprana hora, cuando los rayos del astro rey empezaban a alumbrar, aquellos chavalos estaban sentados en la banqueta en que acostumbraban platicar sus hazañas a todo el que fuese gustoso de oír sus tropelías y relataban una de sus más fuertes experiencias callejeras.

Platicaban que algunas horas antes, a eso de las dos de la mañana, cuando apenas habían dejado de juagar albures y conquianes en casa de don Margarito, justo al ir caminando cada quien, hacia su casa, de la tortillería hacia abajo, con rumbo hacia uno de los ríos que cruzan por el pueblo, una señora alta de estatura, vestida de blanco y de pelo bastante crecido, tanto que casi tocaba el ras del suelo, camina en dirección opuesta a ellos, del río hacia el zócalo. Los chavos platicaban, todavía con tartamudeos y con la piel eriza, la forma en que vivieron aquellos segundos de miedo y de terror.

Decían que uno de ellos, agarró valor quién sabe de dónde, y dirigió la voz a la señora de blanco, saludándola y exclamando: “Buenas noches señora, ¿que hace a esta hora por la calle, hacia dónde va? Juraban y perjuraban que la señora no hablaba y seguía caminando a paso lento y marcado y sin prisa alguna. Fue entonces que a los chavos les entró más el miedo y sin decir otra palabra más se echaron a correr velozmente cada quien a como pudo. Uno de ellos le hablaba a su abuelita y tocaba la puerta desesperadamente hasta que uno de los más jóvenes que vivían en la casa se levantó y abrió la puerta para que “el sereno” -así apodado- entrara a la casa y sintiera algo de alivió.

Otro, que era chaparrito, muy conocido como “la rocola” también salió echo la mocha y al aventarse sobre un cercado que ya estaba más caído que dé pie, se llevó la tranca con los tacones de sus pesadas botas que siempre acostumbraba calzar y al mismo tiempo que “la rocola” cayó al suelo, también cayó la cerca con todo y tranca, cuando al unísono ya se soltaba un ladrerío de perros que despertó a más de uno de los habitantes de esa colonia.

Era la plática que prevalecía, por donde quiera que uno iba o venía, ya fuera por la plaza, el mercado o en la calle.


Por varias semanas ya no se reunían para jugar barajas en casa de don Margarito y cuando al paso de un mes ya no pudieron contener más su vicio, nuevamente fueron a jugar pero por unanimidad acordaron no volver a jugar naipes después de las siete de la noche, al no ser que se tratara de una velación, pues en aquel pueblo como en todos los demás, había personas que fallecían ya fuera por enfermedad o por que algún malvado con pistola en mano se decidió a quitarle la vida a un coterráneo.