Bienvenidas todas las personas que visiten a este blog, el cual difunde información histórica, económica, cultural y social de la Sierra de Guerrero. También se incluyen textos literarios que ayudan a promover a esta maravillosa parte del mundo que la creación nos dio. Los datos cualitativos y cuantitativos que se ofrezcan serán de acuerdo al alcance de nuestras investigaciones. Reciban un fuerte y caluroso abrazo sierreño. Fraternalmente: Esteban Hernández Ortiz.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Relatos de José González Hernández (El Paraíso, Guerrero).

Relatos de José González Hernández (El Paraíso, Guerrero).
Esteban Hernández Ortiz

José González Hernández nació el 19 de marzo de 1951, el mero día de san José, en un pequeño poblado  que se encuentra cerca de Las  Ventanas, municipio de Heliodoro Castillo (Tlacotepec), Guerrero. Su papá fue el señor Nolberto González Márquez, nativo de Las Rosas, también de la municipalidad de Heliodoro Castillo, y su mamá fue la señora Crescencia Hernández Marcelo, oriunda del poblado de Las Ventanas, al igual que nuestro personaje central de la historia a la que hoy dedicamos estas líneas.
En una tarde lluviosa de hace unos tres meses, en la Ciudad de Chilpancingo empezamos una charla que me permitió ir tomando las notas que hoy dan pie a esta relatoría escrita.

Don José menciona el orden de nacimiento de los hijos de sus progenitores; él es el primero en nacer, luego siguen Gumaro, Domitila, Gaudencia, Eva, maría, Irma y Norma. Él nació en Las Ventanas, pero sus demás hermanos y hermanas nacieron en El Edén, algunos, y otros en El Paraíso, Municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.
José González Hernández se graduó como Licenciado en Filosofía, es egresado de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero.

Habla José González Hernández:

“Por ser el primogénito, yo me cargaba a mis hermanos y a mis hermanas para distraerlos, cuando eran bebés, o para darles consuelo, cuando lloraban.  Tengo la fortuna de que en mi infancia no sufrí golpes ni gritos, ni ninguna clase de violencia. Mi padre fue un hombre muy educado, pese a que él perteneció a esas generaciones, en las que muchas y muchos no sabían leer ni escribir, pe tenían una educación muy bonita.
Me enfermé de la fiebre tifoidea cuando yo tenía seis años de edad, me las vi negras, pero me salvé. Me curaba la familia de don Eduardo Sotelo, doña María de Jesús, hija de don Lalo, me daba unas pastillas pequeñitas de color rojo y me compuse. A doña Chucha yo la miré en una fiesta en Río verde, ya tendrá como unos diez años a que la miré en ese pueblo (pueblo vecino de El Paraíso), yo me acerqué a ella, la saludé con mucho gusto y le di un abrazo; le recordé aquella vez en que me enferme de la tifoidea, cuando ella me curó y reímos los dos.
Cuando entré a trabajar en la tienda de don Eufemio Ocampo, en El Paraíso, yo tenía unos seis años de edad. Este trabajo de mi niñez lo desempeñé entre 1959 y 1961.
Yo pensaba que tomo mundo vivía en las carencias que se tenían en  mi hogar, pero al entrar a trabajar con don Eufemio me di cuenta de que había personas que tenían la dicha de vivir en mejores condiciones que las de mi casa. Ahí yo comía frutas y la comida que me daban era mejor que la de mi casa, eso de me daba mucho gusto, porque me iba bien. Yo dormía en un petate, pero cenaba bien. En la tienda de don Eufemio se vendía pan y a mí me tocaba ir a traer el canasto de pan a casa de la señora Gabriela, “doña biela”, la mamá del maestro Simón Bello Espíritu, pues ella era buena panadera. Yo tenía que caminar con mucho cuidado y sujetar bien el canasto al pasar por un puente de madera que había, cerca de la casa de don Nicolás Pinzón.
A la tienda de don Eufemio llegaba el servicio de correo en la famosa valija, que era una especie de bolsa grande de lona, casi como las que usan los equipos de beisbol. Recuero haber visto que llegaba propaganda de la ex tinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y algunos habitantes de El Paraíso iban a recoger esos materiales, uno de esos lectores fue Samuel Adame, de quien se supo era seguidor del profesor Genaro Vázquez Rojas.
La risa: remedio infalible, era como una frase que venía inserta en aquella especie de propaganda; también venían selecciones del readis diges, temas de la vida real en distintos países del mundo.
Cuando hice mi primera comunión fue para mí una experiencia inolvidable, recuerdo que fuimos como doce niños los que comulgamos en aquella ocasión, hubo pan y chocolate, el pequeño festejo fue en la escuela primaria. Yo estaba muy feliz, hubiese querido que ese momento no se acabara.
Cuando terminé mis estudios de primaria fue mi madrina la señora Enedina Lucena, hija de don Julio Lucena, recuerdo que me regaló una playera azul y me dio mi abrazo, ella era bastante joven y como todas las mujeres jóvenes, era muy bonita mi madrina.
Con el profesor Salvador Morlet Mejía desfilábamos con la marcha de Zacatecas, un sonido muy patriótico que nos motivaba a desfilar con firmeza y alegría, todos en orden, porque el profesor era muy disciplinado. Todo era terracería, no había ningún pedazo de calle pavimentado en esos tiempos. En esos tiempos llovía fuerte en El Paraíso, a la una o dos de la tarde ya estaba la lluvia y se quitaba hasta el anochecer. A las ocho de la noche ya estábamos por acostarnos a dormir y apagábamos la luz, que era un candil, con un mechón encendido. Llegábamos de las huertas bien mojados, con nuestros sombreritos de palma, pero nos recuperábamos del frío con un café bien caliente, pues siempre había una olla de café en el fogón o en el comal. Las lluvias desordenadas de hoy no son un producto normal de la naturaleza, es producto de la contaminación y el deterioro que el mismo hombre ha realizado.
Recuerdo que el profesor llegaba en una avioneta y sacaba un pañuelo por la ventana, todos corríamos e íbamos a verlo cuando se bajaba de la avioneta.
Yo admiraba mucho a los maestros Simón Bello y Alberto Morlet cuando jugaban basquetbol, eran muy disciplinados para ese deporte. Me acuerdo que un día le dije a mi papá: Yo quiero ser maestro cuando sea grande.
Una vez vi una carta que mi tía Belén había mandado a mi padre, ahí no sé por qué razón iba plasmado un sello que decía: Universidad de Guerrero. Yo recuerdo que entre mí dije: Yo voy a ir a estudiar allí.
Luego de que terminé mi primaria yo me vine a Chilpancingo, cuando andaba en unos 11 años de edad. En Chilpancingo ya estaba la colonia del PRI, aunque había pocas casas. Ahí vivía mi tía Belén Márquez, prima hermana de mi papá. Mi tía Belén era trabajadora de la Universidad, aunque está como tal aún no tenía ese nombre de Universidad Autónoma de Guerrero. Mi tía era comadre del doctor Pablo Sandoval Cruz.
Yo me sentía muy lejos de mi casa, pero estaba decidido a seguir estudiando.
Por esos tiempos, aquí en Chilpancingo, cuando ibas caminando por el centro te tomaban una foto con una cámara de esas épocas y te daban un papelito donde estaba anotada la dirección a donde uno podría pasar a recoger esa foto, si la quería.
Yo estudié en la Secundaria Federal A.I. Delgado. Mi tío Juan González Márquez también llegó a Chilpancingo para estudiar, él estudió en la secundaria Raymundo Abarca Alarcón. Después de terminar mis estudios de secundaria, ingresé a la preparatoria número uno, todavía no estaba la preparatoria nueve. Mi profesor Aarón M. Flores fue muy conocido en Chilpancingo. Eran dos años de preparatoria”.
Fin de la entrevista.

Don José González Hernández trabaja en la biblioteca central de la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo, Guerrero. Es compañero de trabajo de otro paraiseño de nombre Fernando, hijo de doña Rufina Salas.

Gracias por sus atenciones y por su paciencia.