Bienvenidas todas las personas que visiten a este blog, el cual difunde información histórica, económica, cultural y social de la Sierra de Guerrero. También se incluyen textos literarios que ayudan a promover a esta maravillosa parte del mundo que la creación nos dio. Los datos cualitativos y cuantitativos que se ofrezcan serán de acuerdo al alcance de nuestras investigaciones. Reciban un fuerte y caluroso abrazo sierreño. Fraternalmente: Esteban Hernández Ortiz.

martes, 25 de octubre de 2016

MÁS ACÁ Y MÁS ALLÁ DE LA MUERTE.

MÁS ACÁ Y MÁS ALLÁ DE LA MUERTE.
Esteban Hernández Ortiz.
Estoy embriagado, lloro, me aflijo
Pienso, digo,
En mi interior lo encuentro:
Si yo nunca muriera,
Si  nunca despareciera.
Allá donde no hay muerte,
Allá donde ella es conquistada.
Que allá vaya yo,
Si yo nunca muriera,
                                                                                                                         Si yo nunca despareciera.
NETZAHUALCÓYOTL[1].

Hay personas que son plenamente responsables en el tiempo y en el lugar que les toca vivir. Son ejemplo a seguir y sus ideales sobreviven luego de su partida. Cuando ellos mueren empiezan a nacer muchas esperanzas de llevar adelante su legado. Renacen las ideas así como pueden nacer muchas flores cuando una flor marchita y muere, siempre y cuando la semilla caiga en tierra fértil. Al marchitar o morir una flor esta empieza a engendrar muchas flores, siempre y cuando sus semillas caigan en tierra fértil.

La vida acaba y da comienzo a un nuevo ciclo. La semilla del café, por ejemplo, es principio y al mismo tiempo es fin. Cuando están los granos ha finalizado el trabajo, pero a la vez puede ser el comienzo para que emerja una nueva plántula, la cual podrá  dar muchos frutos si se le cuida bien. Antonio Lavoisier, el francés a quien se le considera “el padre de la química moderna”, dijo que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma.

De miles de espermatozoides, hubo uno que engendró al óvulo y éste se transformó en una nueva célula llamada cigoto. Luego prosigue el desarrollo embrionario hasta que nosotros llegamos a este mundo soltando el llanto. “Comienza siempre llorando y así llorando se acaba”, dice don José Alfredo Jiménez en su canción “la vida no vale nada”. Don Antonio Aguilar cantaba que él iba vagando por el mundo, y que para él la vida era un sueño, pues ya muerto se llevaría nomás “un puño de tierra”.

Bajo el cielo que cada día miramos, nadie debería ser más ni nadie debería ser menos, pero las cosas no son así. La diferencia sólo debería oscilar en las variadas formas de comprender el mundo y sus habitantes, sobre todo los humanos, pues las demás especies vivientes reciben el efecto de las decisiones de la humanidad. Pedro nunca será igual a José por más que se parezcan.

Parcialmente el trabajo da felicidad, independencia y prosperidad, pues los nuevos sistemas de producción y comercialización, no han desterrado al esclavismo, pues en el curso de este siglo XXI existen modernas formas de esclavitud, como trata de blancas, explotación infantil, tráfico de órganos y otras prácticas inhumanas.

Según las sagradas escrituras, Dios condenó al hombre a trabajar, luego de que cometiera el pecado de haber comido de los frutos del árbol de la sabiduría. Pero parece que el trabajo, en vez de ser un castigo bien podría ser un placer, si no hubiese aparecido eso que los teóricos llaman “la explotación del hombre por el hombre”.

La explotación a cargo de los más poderosos sobre los más débiles ha llegado al grado de que surgió la categoría conceptual de “lumpenproletariado”, enmarcando dentro de sí a los individuos ocupados en forma sumamente irregular y precaria, en trabajos de ínfimo orden, quienes tienen ingresos muy bajos e inciertos, en promedio visiblemente por debajo de la línea de la pobreza. Dentro de ellos se encuentran los trabajadores ocasionales de carga y limpieza[2].

Si acaso existiera bienestar en ultratumba, sería mejor que en esta vida las mujeres y los hombres gozaran su existencia, empezando por el mayor de todos los derechos, que es el derecho a la vida sin ser censurado por sus ideologías o preferencias de toda índole.

“Mar adentro” es una película española publicada en 2004, que narra la historia de Ramón, un hombre que un día se golpeó fuertemente la cabeza en el mar al hacer contacto con una roca. Por treinta años estuvo postrado en su cama y por mucho tiempo él deseaba la muerte, al grado que un día, mediante el juicio que encabezaba su abogaba Julia, logró “debatir con un clérigo” respecto al porqué de su deseo por la muerte. Ramón pedía la muerte asistida. Su vecina Rosa también trata de que Ramón comprenda que siempre hay razones para luchar, pero ambas mujeres se preguntan sí es justo que Ramón viva así o sí debe morir con dignidad.

De este difícil caso se puede desprender que lo justo no siempre es lo escrito en las leyes, pues estás proceden del pensamiento del legislador, hombres y mujeres también mortales, como todos, que han venido a este mundo y se marcharán de él con el rasgo distintivo de la imperfección. La justicia no siempre radica en lo enunciado en las leyes hechas por la humanidad.

Ahora bien, existe otro punto polémico. ¿La felicidad tiene precio? Podríamos decir que si y que no a la vez. Si porque si ser exclusivamente económico, hay un precio que consiste en la disciplina, el rigor, la puntualidad y otros aspectos elementales que conducen al triunfo. Un deportista que no esté dispuesto a pagar el precio de cuidar su alimentación adecuada, ejercicio diario y abstenerse de ingerir bebidas embriagantes y fumar, no podrá estar a la altura de la competencia en el escenario deportivo. Lo mismo pasa con aquella y aquel estudiante que no estén dispuestos a pagar el precio de “quemarse las pestañas estudiando”, restringirse de adquirir ropa, calzado y otros productos que no estén al alcance de su bolsillo mientras diariamente va a la escuela, a la que los griegos llamaron “el templo de Atenea”, en honor a la diosa de la sabiduría.

Visto el dilema desde la otra arista, diremos que la felicidad no depende de cuánto dinero tengamos ahorrado, o de nuestros ingresos monetarios mediante sueldos, negocios familiares o personales, rentas y otras fuentes. “Con dinero baila el perro” es uno de los dichos que manejan muchas personas, pero otras también aseguran que quien no ha tenido dinero y de pronto le llega la suerte, no sabe administrarse, al grado de surgir este enunciado: “dinero en manos de pobre, pobre dinero”. Son conocimientos que la gente ha adquirido, pero no son necesariamente reglas estrictas de la sociedad que hay que tener por válidas en todo momento y en todo lugar, pues pueden ser ciertas parcialmente o no aplicar en todos los casos.

Otros creen que la felicidad radica solamente en adquirir títulos universitarios o viajar por el mundo; más sin embargo, la realidad es movediza como las arenas de un río o de la mar. Hay quien teniendo dinero pasa mucho tiempo en prisión; otras personas padecen enfermedades que no pueden sortear como quisieran, muy a pesar de su acaudalada posición económica.

Hay quienes teniendo una posición de medianía, disfrutan la vida ayudando a un enfermo o a niños de la orfandad. Gozan la vida tomando un café con sus parientes o con amigos, con quienes han convivido desde la infancia. Y es que “hasta las torres más altas se caen”, entonces muchas personas no ignoran estas sabidurías de la humanidad.

En fin, existen distintas formas de pensar y ninguna debe ser acallada.

La donación de órganos para cuando uno fallezca es un tema poco aceptado y las instituciones de salud registran escasas cifras de personas dispuestas a donar algún o algunos órganos en beneficio de personas que los necesiten. Y es que la perversión va en aumento, el tráfico de órganos es hoy día uno más de los problemas que existen en el complejo mundo en que nos toca vivir.

La muerte es parte de la vida dicen algunas personas. Por ello, hay quienes aun sintiéndose bien de salud, guardan un dinero para gastos de enfermedad y hasta funerarios en el día final. En los pueblos algunos señores mandar hacer su gaveta en plena lucidez del pensamiento y sin enfermedad alguna. Otros elaboran su testamento a tiempo y si se trata de una comunidad, por lo menos firman un documento ante las autoridades dejando clara constancia de sus decisiones para distribuir sus bienes cuando llegue su muerte. Muchas de estas personas escasamente saben leer y escribir, pero han tenido grandes conocimientos sobre esta vida en la que somos semejantes, pero no iguales. 

La vida empieza un día y un día se acaba.



[2] Gallino Luciano. Diccionario de sociología. Siglo XXI, editores. México. 1995. P. 556