Un rato en las playas
de Acapulco.
Esteban Hernández Ortiz.
No estaba en mis planes ir a la playa, pero ya que hubo oportunidad,
ni modo de desperdiciarla. Esta tarde fui acompañado de mi hermana Iris, una
compañera de mi hermana y amiga nuestra, también fue mi hija Laura y su bebé.
El esposo de mi hija no nos acompañó, pues aún no terminaba su jornada laboral.
Este día sólo pensaba acudir a mi escuela de ciencias
políticas para realizar unos trámites y luego continuar mi camino hacia Atoyac,
pero el plan fue cambiado de última hora y vine a gozar varias horas a la
playa.
Acapulco es un ícono mundial. El paso desnivel que se
encontraba entre el Asta bandera y el parque papagayo fue lugar de muchos
muertos cuando se sufrieron los embates del huracán Paulina en Octubre de 1997.
Después de buen tiempo de no disfrutar de un chapuzón en la
playa, hoy lo hice. Bañé frente al asta bandera, el agua es caliente pero
agradable a las 5 y media de la tarde. Una nave marítima comienza a zarpar y
lentamente se despide de la bahía de Santa Lucía hasta perderse de nuestra
vista para emprender su viaje por las aguas del océano pacífico, al menos por
mientras llega al canal de Panamá si acaso se trata de un viaje interoceánico.
Los pelícanos son aves de enorme pico que vuelan plácidamente
por las alturas como cazando algún pez que les pueda servir de alimento en la
cadena alimenticia del planeta.
Mis acompañantes se sientan en las escalinatas del Asta
bandera hacia la playa y disfrutan la tarde curioseando a mi nieto Yair, de 35
días de nacido; yo en tanto miro a una terna de jóvenes bien adiestrados para
la natación, una dama en medio y dos varones a su lado, que van nadando unos
cien metros hacia el fondo de la bahía. Ellos retornan varios minutos después.
Para las seis y media de la tarde, el astro rey ya empieza a
descenderse y de aquí no es posible disfrutar la llamada “puesta del sol”, pero
si nos encontráramos en las playas de Pie de la Cuesta, sí nos sería posible
ver como el sol se hunde en un lejano fondo del mar.
Hay una magnífica canción que dice:
“El mar y el cielo se ven igual de
azules,
Y en la distancia, parece que se unen...”
Acapulco sólo se llamaba Acapulco, pero se le agregó “De
Juárez” porque don Benito Juárez García regresó al país, vía marítima, desde
Panamá, llegando a este, luego de su exilio en Nueva Orleans y se incorporó a
las filas de Juan Álvarez, quien combatía contra la dictadura de Santa Anna.
Santana lo había apresado
en San Juan de Ulúa, de ahí lo llevaron a Veracruz, de donde lo
embarcaron hacia Cuba y de aquella isla, Juárez se exilió en Nueva Orleans.
Regresó a México, a través de este maravilloso puerto de Acapulco y de
inmediato se incorporó a las fuerzas de Juan Álvarez para derrocar a Santa Ana.
¿Y qué decir de la canción que escribió don Juan Gabriel, a
la que tituló “Amor eterno”?