Bienvenidas todas las personas que visiten a este blog, el cual difunde información histórica, económica, cultural y social de la Sierra de Guerrero. También se incluyen textos literarios que ayudan a promover a esta maravillosa parte del mundo que la creación nos dio. Los datos cualitativos y cuantitativos que se ofrezcan serán de acuerdo al alcance de nuestras investigaciones. Reciban un fuerte y caluroso abrazo sierreño. Fraternalmente: Esteban Hernández Ortiz.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Locuras del campo. (cuenteando)

Locuras del campo.
Esteban Hernández Ortiz

Ya tenía varias semanas a que a don Anacleto le dolía la espalda y la cintura; algunas veces pensaba que esos malestares  se debían a que en plena lluvia quiso arrancar una planta de café conocida como “pachol” para trasplantarla en un área despoblada de su parcela, pero debido a que la planta ya tenía ubicadas sus raíces en suelo bien profundo, no consiguió sustraerla y lo único que se ganó fue un fuerte dolor abdominal y de tórax que por muchos días le anduvo acompañando. Otras veces, cuando don Anacleto tomaba su taza de café, descansando en su hamaca que estaba en el corredor, él creía que sus torceduras no eran sino producto de haber  traído a los hombros una pesada carga de leña, pues el jumento tenía varios días que se mostraba un poco enfermo y don Cleto nada más no se animaba a colocar la silla de montar a su asno para cargarlo como él acostumbraba hacerlo.

En uno se esos instantes de descanso y de pensar y repensar las cosas que suceden en este mundo, a don Anacleto le dio por pedir a su nieto Otoniel que fuera a veloz carrera a casa de doña Consuelo para pedirle que haciendo uso de sus mejores oficios lo sobara en la espalda, abdomen y tórax con la pomada del coyote hasta que sus huesos y tendones volvieran a quedar quietos en su lugar que realmente les correspondía, pues ya no aguantaba los dolores al grado qué él mismo se auto declaró inservible para sacar sus jornadas del campo.

En menos que canta un gallo su nieto volvió acompañado de doña petra, la señora que en todo El Paraíso y pueblos aledaños se había ganado la fama de ser la mejor curandera de cuanta torcedura sufrieran los hombres atrabancados que por haber cometido locuras en el trabajo habían sufrido alguna descompostura de sus cuerpos.

Doña Consuelo siempre traía consigo algunas mantas, la pomada del coyote y otros muchos amasijos, pócimas y menjurjes que acostumbraba utilizar para componer zafaduras de hombros, brazos, muñecas, tobillos, paletas y otras partes del cuerpo humano que ella manejaba a la perfección en su adiestrado servicio de componer la anatomía descompuesta de hombres rebeldes que habiendo desafiado a la fuerza de sus brazos y demás partes de cuerpo se propusieron hacer más trabajo del que la mayoría de las veces habían podido presentar.

Doña Consuelo pidió a don Cleto que por favor se pusiera quieto y que soltara el cuerpo a más no poder en su catre de petate al mismo tiempo que pidió a Otoniel que sujetara a su abue de sus pies porque iba a empezar el trajín y no fuera a ser que en el ajetreo don Cleto soltara tremenda patada o puñetazo al sentir el sufrir de aquella terapia.

¡Mira nada más como tienes la paleta izquierda, Cleto!, le dijo doña Consuelo cuando apenas había comenzado a sobar  su espalda. Don Cleto empezó a quejarse y tratando de no pasar mayores vergüenzas pidió a Otoniel que le acomodara un trapo en la boca para que no se enteraran los vecinos de sus enormes sufrimientos.

Ya habían pasado varios minutos a que la sesión había iniciado cuando don Cleto hizo señas a su nieto para que le quitara el retazo de trapo de la boca y fue entonces que don Cleto comenzó a hacer súplicas a todos los santos y a todas las santas habidos y por haber, empezó rogándole a santa remedios que por favor remediara su situación y que ya le trajera el alivio, pues las sobaduras de doña Consuelo lo tenían un poco desconsolado por que no sentía que los tendones de su espalda volvieran a quedar en su lugar. 

Poco a poco fue gritando más recio hasta que toda la colonia de don Cleto se enteró de las inclemencias que estaba pasando, pues sus gritos ya se oían a lo largo  y ancho del pueblo. Don Cleto terminó por invocar a tantos y tantos santos y a tantas y tantas santas que en sus desvaríos terminó por mencionar a Santos que nunca nadie había mencionado en el templo ni en las plegarias, rezos y peregrinación alguna; por ejemplo gritaba a súplicas a santa maría de las galletas que lo ayudara para que su espalda volviera a quedar como estaba antes de haber cometido la locura de querer arrancar cafetos ya grandes y de cargar a sus espaldas tal cantidad de leña que sólo su jumento podía cargar.

Cuando doña Consuelo hubo de terminar de curarlo se dispuso a aplicar una sobadura con brebajes que desde hace ya dos años había preparado para casos tan especiales como este. Entonces ya los dolores de don Cleto estaban rebajando y él pedía como sollozando a “san José de los remedios” que lo bendijera para que las paletas y tendones de espalda, barriga y pecho quedaran otra vez en su mismísimo lugar que de verdad les tocaba.