Bienvenidas todas las personas que visiten a este blog, el cual difunde información histórica, económica, cultural y social de la Sierra de Guerrero. También se incluyen textos literarios que ayudan a promover a esta maravillosa parte del mundo que la creación nos dio. Los datos cualitativos y cuantitativos que se ofrezcan serán de acuerdo al alcance de nuestras investigaciones. Reciban un fuerte y caluroso abrazo sierreño. Fraternalmente: Esteban Hernández Ortiz.

domingo, 16 de abril de 2017

Montañas de la Sierra Madre del Sur


Montañas de la Sierra Madre del Sur

Esteban Hernández Ortiz.



En aquel pueblo había una camioneta de servicio público que los días martes y jueves salía a las tres de la madrugada con destino a un poblado de lo más alto de la serranía que se llama Vista Hermosa. Sonaba el claxon de la camioneta tres veces, pero la tercera era la vencida y entonces, el vehículo emprendía su partida con destino a Vista Hermosa. Cuando eran las nueve de la mañana empezaban a gritar al chofer: “bajan”. Ya el conductor de la Chevrolet sabía más o menos donde bajarían los pasajeros, para ocultarse en los espesos montes, que silenciosos aguardaban a que aquellos hombres se internaran en semiocultos caminos que precavidamente no querían remarcar con el pisar de sus huaraches o botas marca crucero de color amarillo.

Muchos hombres viajaban en esa camioneta de redilas, doble rodada, marca Chevrolet, llevaban comestible en morralas, costalillas, costales o cartones; entre los productos iban arroz, atunes, sardinas, aceite de guisar, chiles en vinagre, mayonesa, queso seco, frijol y azúcar. También llevaban  galletas, ya fueran galletas animalitos, mexicanas u ovaladas, las cuales combinaban en un desayuno campirano con café o té de toronjil, un arbusto que por aquellas latitudes de la sierra abundaban. Con enorme cuidado también llevaban casilleros de huevos y no podía faltar la minsa para hacer tortillas durante ese lapso de días en que aquellos hombres permanecerían ocultos en la sierra con ansias de que sus sembradíos dieran buena cosecha.

Desde una de las cúspides más elevadas de la Sierra Madre del Sur, muchos de aquellos hombres podían disfrutar por las noches las iluminaciones de los pueblos de la costa; también podían escuchar los ladridos de los caninos que había en los pueblos adyacentes al cerro de Venado Cola Blanca.

La radio podía escucharse con buena frecuencia y sintonía. Llegada la noche, los campesinos hacían su fogata y calentaban sus alimentos, también se bañaban, pues esas tierras fueron muy bendecidas por Dios y el agua era uno de los recursos que sobraban, aunque ya desde principios del siglo XX varias compañías madereras se habían coludido con los gobiernos corruptos que permitían sin mayores requisitos la explotación a diestra y siniestra de los recursos maderables. “Fue en un pueblo con mar una noche después de un concierto…” cantaba la radio, mientras se disponían a sacudir sus tendidos y camas rudimentarias que habían acondicionado con varas y un petate. La radio seguía complaciendo: “y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres, y desnudos al anochecer nos encontró la luna…”.

Varios de los agricultores eran jóvenes que vivían a la vez sus primeros enamoramientos y andaban caídos de las dos alas, así que cuando escuchaban al grupo Liberación y sus canciones como ese loco soy yo se llenaban de nostalgia en aquellos sitios tan llenos de tranquilidad, donde las ramas de los pinos se mecían con la suavidad del viento. Luego, la radio transmitía canciones del grupo “La Industria del amor” y quien se sentía mal correspondido hasta sentía escurrir en sus rostro las de cocodrilo, sobre todo cuando aparecía la canción tú con él y si lo hubiera sabido. Corría el año de 1992 y del grupo Ladrón estaban en su apogeo canciones como Mi Castigo  y Amor en llamas. Uno de los mejores éxitos del grupo Brindys era Te juro que te amo. Otros grupasos que las ondas hertzianas de la radio podían llevar hasta aquellas montañas eran Los Temerarios y Los Caminantes, puras canciones de amor, que los chavos que se alzaban a trabajar en el monte podían escuchar por las noches, pues durante el día tenían que trabajar de sol a sol.

Gracias al descubrimiento del físico alemán Heinrich Hertz, aquel gran descubridor que sólo vivió 36 años, de 1857 a 1894, los hombres de estas montañas surianas, unos jóvenes y otros no tan jóvenes, podían disfrutar en las gélidas montañas en la temporada invernal, que por estas partes del mundo es entre el 21 de diciembre y el 21 de marzo, pero que en el hemisferio sur, donde se encuentra Argentina y Chile, entre otras naciones, es entre el 21 de junio y el 21 de septiembre. En esta estación del año los días resultan ser más pequeños y las noches más grandes[1].

Así transcurrían los días en aquellos años en que muchos hombres dedicaron varios años de su juventud a buscar un mejor patrimonio para sus familias, pero siempre tenían que cuidarse bastante de que no fueran a ir a parar a prisión si acaso otros hombres con fusil en mano los apresaran. Cuando esto sucedía a algunos campesinos les daban su "calentada" y los hacían cargar en sus espaldas un pesado radio de transmisión que los uniformados utilizaban para estar en constante comunicación con sus superiores; otras veces el jefe de la tropa era retebuena gente y los dejaba libres, no sin antes destrozar sus plantaciones que producían flores de diferentes colores. Este vegetal es nativo de Asia y hace no muchos años había llegado a la Sierra Madre del Sur.