El tocadiscos de doña coba.
Segunda parte.
Esteban Hernández Ortiz.
En una temporada de vacaciones fueron
hijas e hijos y nietas y nietos a visitar a doña coba y no faltaron algunos
niños de su descendencia que se pusieron a jugar los discos que se usaban en el
toca discos, y se los aventaban como si fueran platillos voladores, pero
alguien vio a los muchachos hacer semejantes travesuras y en uno, dos por tres
fueron a reprenderlos. Doña coba, que era muy zagas, se percató de lo
acontecido y les dio una buena zarandeada a los muchachos, pues la mayoría de
sus discos databan de un cuarto de siglo en su poder y aún funcionaban
perfectamente.
Por las mañanas de todos los domingos
doña coba anunciaba que en casa de don Plácido ya estaba vendiéndose una apetitosa
barbacoa de cabeza de res, acompañada de consomé y salsa, elaborados con la
mejor higiene de la región. También anunciaba que a partir de las diez de la
mañana ya podían pasar a casa de doña Artemisa para disfrutar de una rica
pancita de res y tortillas bien calientitas, recién salidas del comal; había
tortillas de maíz blanco y de maíz morado, al gusto del comensal. Algunos
chilangos no dejaban de ir a comer aquella rica pancita de res guisada en chile
guajillo, pues en la Capital del País ellos acostumbraban comerla, aunque en
aquella gran urbe a este platillo le llamaban menudo.
Estos alimentos resultaban ser un
codiciado potaje para toda aquella persona que entrara por vez primera a probar
en casa de “doña Arte”. Algunos acostumbraban succionar hasta el tuétano de los
huesos de res que daban un rico sabor al caldo.
Por estas razones, había que estar
muy al pendiente de los anuncios que se transmitían desde el tocadiscos de doña
coba. Aquel aparato llevaba ya casi cincuenta años en poder de doña coba y aún
se mantenía con potente sonido, so pena de que en ocasiones llegaba sufrir
algún desperfecto, pero daba la suerte que un joven del pueblo estaba
estudiando ingeniería y en el acervo de aquel chavalo había ya varios
conocimientos y para componer equipos de radio y otros semejantes.
Los días sábados doña coba anunciaba
cuando ya había llegado don Blas, un señor que acumulaba ya 37 años llenó al
pueblo a vender trastos de plásticos, de peltre, barro y cerámica.
Eso sí, a la hora que fuera y
tratándose del día de que se tratara, doña coba anunciaba a toda la ciudadanía
cuando en épocas de sequía, se había originado algún incendio en los
alrededores del pueblo o en las huertas de café. Todos los varones de 15 años
en adelante, pero sin llegar a los 70 estaban obligados a ir para hacer las
guarda rayas y tratar de controlar el incendio; también se llevaban cubetas
para aventar muchas agua al fuego. As mujeres les correspondía hacer agua de
naranja, limón, Jamaica o piña para que los hombres bebieran al regresar de
tremenda faena.