Locuras del campo.
Esteban Hernández Ortiz
Ya tenía varias semanas a que a don Anacleto
le dolía la espalda y la cintura; algunas veces pensaba que esos
malestares se debían a que en plena
lluvia quiso arrancar una planta de café conocida como “pachol” para
trasplantarla en un área despoblada de su parcela, pero debido a que la planta ya tenía ubicadas sus raíces en suelo bien profundo, no consiguió sustraerla y
lo único que se ganó fue un fuerte dolor abdominal y de tórax que por muchos
días le anduvo acompañando. Otras veces, cuando don Anacleto tomaba su taza de
café, descansando en su hamaca que estaba en el corredor, él creía que sus
torceduras no eran sino producto de haber
traído a los hombros una pesada carga de leña, pues el jumento tenía
varios días que se mostraba un poco enfermo y don Cleto nada más no se
animaba a colocar la silla de montar a su asno para cargarlo como él
acostumbraba hacerlo.
En uno se esos instantes de descanso
y de pensar y repensar las cosas que suceden en este mundo, a don Anacleto le
dio por pedir a su nieto Otoniel que fuera a veloz carrera a casa de doña
Consuelo para pedirle que haciendo uso de sus mejores oficios lo sobara en la
espalda, abdomen y tórax con la pomada del coyote hasta que sus huesos y
tendones volvieran a quedar quietos en su lugar que realmente les correspondía,
pues ya no aguantaba los dolores al grado qué él mismo se auto declaró
inservible para sacar sus jornadas del campo.
En menos que canta un gallo su nieto
volvió acompañado de doña petra, la señora que en todo El Paraíso y pueblos
aledaños se había ganado la fama de ser la mejor curandera de cuanta torcedura
sufrieran los hombres atrabancados que por haber cometido locuras en el trabajo
habían sufrido alguna descompostura de sus cuerpos.
Doña Consuelo siempre traía consigo
algunas mantas, la pomada del coyote y otros muchos amasijos, pócimas y
menjurjes que acostumbraba utilizar para componer zafaduras de hombros, brazos,
muñecas, tobillos, paletas y otras partes del cuerpo humano que ella manejaba a
la perfección en su adiestrado servicio de componer la anatomía descompuesta de
hombres rebeldes que habiendo desafiado a la fuerza de sus brazos y demás partes
de cuerpo se propusieron hacer más trabajo del que la mayoría de las veces
habían podido presentar.
Doña Consuelo pidió a don Cleto que por
favor se pusiera quieto y que soltara el cuerpo a más no poder en su catre de
petate al mismo tiempo que pidió a Otoniel que sujetara a su abue de sus pies
porque iba a empezar el trajín y no fuera a ser que en el ajetreo don Cleto
soltara tremenda patada o puñetazo al sentir el sufrir de aquella terapia.
¡Mira nada más como tienes la paleta
izquierda, Cleto!, le dijo doña Consuelo cuando apenas había comenzado a
sobar su espalda. Don Cleto empezó a
quejarse y tratando de no pasar mayores vergüenzas pidió a Otoniel que le
acomodara un trapo en la boca para que no se enteraran los vecinos de sus
enormes sufrimientos.
Ya habían pasado varios minutos a que
la sesión había iniciado cuando don Cleto hizo señas a su nieto para que le
quitara el retazo de trapo de la boca y fue entonces que don Cleto comenzó a
hacer súplicas a todos los santos y a todas las santas habidos y por haber,
empezó rogándole a santa remedios que por favor remediara su situación y que ya
le trajera el alivio, pues las sobaduras de doña Consuelo lo tenían un poco
desconsolado por que no sentía que los tendones de su espalda volvieran a
quedar en su lugar.
Poco a poco fue gritando más recio hasta que toda la
colonia de don Cleto se enteró de las inclemencias que estaba pasando, pues sus
gritos ya se oían a lo largo y ancho del
pueblo. Don Cleto terminó por invocar a tantos y tantos santos y a tantas y
tantas santas que en sus desvaríos terminó por mencionar a Santos que nunca
nadie había mencionado en el templo ni en las plegarias, rezos y peregrinación
alguna; por ejemplo gritaba a súplicas a santa maría de las galletas que lo ayudara
para que su espalda volviera a quedar como estaba antes de haber cometido la
locura de querer arrancar cafetos ya grandes y de cargar a sus espaldas tal
cantidad de leña que sólo su jumento podía cargar.
Cuando doña Consuelo hubo de terminar
de curarlo se dispuso a aplicar una sobadura con brebajes que desde hace ya dos
años había preparado para casos tan especiales como este. Entonces ya los
dolores de don Cleto estaban rebajando y él pedía como sollozando a “san José de
los remedios” que lo bendijera para que las paletas y tendones de espalda,
barriga y pecho quedaran otra vez en su mismísimo lugar que de verdad les
tocaba.
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