Relatos de José
González Hernández (El Paraíso, Guerrero).
Esteban Hernández Ortiz
José González Hernández nació el 19 de marzo de 1951, el mero
día de san José, en un pequeño poblado
que se encuentra cerca de Las Ventanas,
municipio de Heliodoro Castillo (Tlacotepec), Guerrero. Su papá fue el señor
Nolberto González Márquez, nativo de Las Rosas, también de la municipalidad de
Heliodoro Castillo, y su mamá fue la señora Crescencia Hernández Marcelo,
oriunda del poblado de Las Ventanas, al igual que nuestro personaje central de
la historia a la que hoy dedicamos estas líneas.
En una tarde lluviosa de hace unos tres meses, en la Ciudad
de Chilpancingo empezamos una charla que me permitió ir tomando las notas que
hoy dan pie a esta relatoría escrita.
Don José menciona el orden de nacimiento de los hijos de sus
progenitores; él es el primero en nacer, luego siguen Gumaro, Domitila,
Gaudencia, Eva, maría, Irma y Norma. Él nació en Las Ventanas, pero sus demás
hermanos y hermanas nacieron en El Edén, algunos, y otros en El Paraíso,
Municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.
José González Hernández se graduó como Licenciado en
Filosofía, es egresado de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad
Autónoma de Guerrero.
Habla José González Hernández:
“Por ser el
primogénito, yo me cargaba a mis hermanos y a mis hermanas para distraerlos,
cuando eran bebés, o para darles consuelo, cuando lloraban. Tengo la fortuna de que en mi infancia no
sufrí golpes ni gritos, ni ninguna clase de violencia. Mi padre fue un hombre
muy educado, pese a que él perteneció a esas generaciones, en las que muchas y
muchos no sabían leer ni escribir, pe tenían una educación muy bonita.
Me enfermé de la fiebre
tifoidea cuando yo tenía seis años de edad, me las vi negras, pero me salvé. Me
curaba la familia de don Eduardo Sotelo, doña María de Jesús, hija de don Lalo,
me daba unas pastillas pequeñitas de color rojo y me compuse. A doña Chucha yo
la miré en una fiesta en Río verde, ya tendrá como unos diez años a que la miré
en ese pueblo (pueblo vecino de El Paraíso), yo me acerqué a ella, la saludé con
mucho gusto y le di un abrazo; le recordé aquella vez en que me enferme de la
tifoidea, cuando ella me curó y reímos los dos.
Cuando entré a trabajar
en la tienda de don Eufemio Ocampo, en El Paraíso, yo tenía unos seis años de
edad. Este trabajo de mi niñez lo desempeñé entre 1959 y 1961.
Yo pensaba que tomo
mundo vivía en las carencias que se tenían en
mi hogar, pero al entrar a trabajar con don Eufemio me di cuenta de que
había personas que tenían la dicha de vivir en mejores condiciones que las de
mi casa. Ahí yo comía frutas y la comida que me daban era mejor que la de mi
casa, eso de me daba mucho gusto, porque me iba bien. Yo dormía en un petate,
pero cenaba bien. En la tienda de don Eufemio se vendía pan y a mí me tocaba ir
a traer el canasto de pan a casa de la señora Gabriela, “doña biela”, la mamá
del maestro Simón Bello Espíritu, pues ella era buena panadera. Yo tenía que
caminar con mucho cuidado y sujetar bien el canasto al pasar por un puente de
madera que había, cerca de la casa de don Nicolás Pinzón.
A la tienda de don
Eufemio llegaba el servicio de correo en la famosa valija, que era una especie
de bolsa grande de lona, casi como las que usan los equipos de beisbol. Recuero
haber visto que llegaba propaganda de la ex tinta Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) y algunos habitantes de El Paraíso iban a recoger
esos materiales, uno de esos lectores fue Samuel Adame, de quien se supo era
seguidor del profesor Genaro Vázquez Rojas.
La risa: remedio infalible, era como una frase
que venía inserta en aquella especie de propaganda; también venían selecciones del
readis diges, temas de la vida real
en distintos países del mundo.
Cuando hice mi primera
comunión fue para mí una experiencia inolvidable, recuerdo que fuimos como doce
niños los que comulgamos en aquella ocasión, hubo pan y chocolate, el pequeño
festejo fue en la escuela primaria. Yo estaba muy feliz, hubiese querido que
ese momento no se acabara.
Cuando terminé mis
estudios de primaria fue mi madrina la señora Enedina Lucena, hija de don Julio
Lucena, recuerdo que me regaló una playera azul y me dio mi abrazo, ella era
bastante joven y como todas las mujeres jóvenes, era muy bonita mi madrina.
Con el profesor
Salvador Morlet Mejía desfilábamos con la marcha de Zacatecas, un sonido muy
patriótico que nos motivaba a desfilar con firmeza y alegría, todos en orden,
porque el profesor era muy disciplinado. Todo era terracería, no había ningún
pedazo de calle pavimentado en esos tiempos. En esos tiempos llovía fuerte en
El Paraíso, a la una o dos de la tarde ya estaba la lluvia y se quitaba hasta
el anochecer. A las ocho de la noche ya estábamos por acostarnos a dormir y
apagábamos la luz, que era un candil, con un mechón encendido. Llegábamos de
las huertas bien mojados, con nuestros sombreritos de palma, pero nos recuperábamos
del frío con un café bien caliente, pues siempre había una olla de café en el
fogón o en el comal. Las lluvias desordenadas de hoy no son un producto normal
de la naturaleza, es producto de la contaminación y el deterioro que el mismo
hombre ha realizado.
Recuerdo que el
profesor llegaba en una avioneta y sacaba un pañuelo por la ventana, todos
corríamos e íbamos a verlo cuando se bajaba de la avioneta.
Yo admiraba mucho a los
maestros Simón Bello y Alberto Morlet cuando jugaban basquetbol, eran muy
disciplinados para ese deporte. Me acuerdo que un día le dije a mi papá: Yo
quiero ser maestro cuando sea grande.
Una vez vi una carta
que mi tía Belén había mandado a mi padre, ahí no sé por qué razón iba plasmado
un sello que decía: Universidad de Guerrero. Yo recuerdo que entre mí dije: Yo
voy a ir a estudiar allí.
Luego de que terminé mi
primaria yo me vine a Chilpancingo, cuando andaba en unos 11 años de edad. En
Chilpancingo ya estaba la colonia del PRI, aunque había pocas casas. Ahí vivía
mi tía Belén Márquez, prima hermana de mi papá. Mi tía Belén era trabajadora de
la Universidad, aunque está como tal aún no tenía ese nombre de Universidad
Autónoma de Guerrero. Mi tía era comadre del doctor Pablo Sandoval Cruz.
Yo me sentía muy lejos
de mi casa, pero estaba decidido a seguir estudiando.
Por esos tiempos, aquí
en Chilpancingo, cuando ibas caminando por el centro te tomaban una foto con
una cámara de esas épocas y te daban un papelito donde estaba anotada la
dirección a donde uno podría pasar a recoger esa foto, si la quería.
Yo estudié en la
Secundaria Federal A.I. Delgado. Mi tío Juan González Márquez también llegó a
Chilpancingo para estudiar, él estudió en la secundaria Raymundo Abarca
Alarcón. Después de terminar mis estudios de secundaria, ingresé a la
preparatoria número uno, todavía no estaba la preparatoria nueve. Mi profesor
Aarón M. Flores fue muy conocido en Chilpancingo. Eran dos años de preparatoria”.
Fin de la entrevista.
Don José González Hernández trabaja en la biblioteca central
de la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo, Guerrero. Es compañero
de trabajo de otro paraiseño de nombre Fernando, hijo de doña Rufina Salas.
Gracias por sus atenciones y por su paciencia.
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