El día lunes, cinco de junio de 2017, cuando eran las tres de
la tarde con quince minutos, en el zócalo de Chilpancingo me encuentro con el
señor Delfino Juárez Adame. Yo me dirigía a una de mis clases de la maestría en humanidades en mi Universidad Autónoma de Guerrero.
Le pregunté al señor Delfino que si
podía platicarme respecto a la ocasión en que el ejército detuvo a él y a otros
vecinos de El Paraíso, Municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero. Él accedió y
empezó a comentarme:
“Nos acusaban de haber
participado en el secuestro de un vecino del pueblo, pero ninguno de nosotros
tuvo que ver en eso. Fue pura infamia. El secuestro y asesinato de ese muchacho
tuvo otros orígenes. Yo vivía en casa de mi tío Nicanor Vélez, muy cerca de la
casa de don Eufemio Ocampo. En ese momento estaba cenando, pues el que nada
debe, nada teme, cuando entró mi esposa y me dijo: 'Te hablan los policías,
están allá afuera, en la puerta de la casa'. Entonces yo salí, eran policías
motorizados y les pregunté qué era lo que se les ofrecía, ellos me dijeron que
necesitaban que yo los acompañara al cuartel militar, el cual se encontraba hacia
arriba de la casa de doña Isabel Flores Escalante. Al otro día me llevaron al
cuartel de Atoyac, ahí estuve dos días; luego me llevaron a un lugar de
Acapulco, era de noche cuando llegamos, con los ojos vendados y podíamos ver
muy poquito, pero se oía que estábamos muy cerca del mar. Ahí nos tuvieron
otros dos días, y luego nos llevaron al Campo Militar número uno, establecido
en la Ciudad de México. Allá estuvimos seis meses con siete días. Mi hermano
Benito, quien es Licenciado iba a preguntar por mí, pero siempre le dijeron que
yo no estaba ahí. Éramos yo, Julio Vázquez; también el comisario Leonardo
Guerrero, mi compadre Santiago Adame y …
Nunca nos llevaron ante algún juez. Cuando nos liberaron,
salimos bien flacos, ojerudos y demacrados, pues nos mal pasábamos harto,
comíamos muy poco".
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