De pie se encuentra mi amigo José González Hernández, haciendo unos comentarios el día en que presentamos el primer libro de mi autoría en el Museo Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en Chilpancingo, Guerrero, en 2017.
Relatos de José González Hernández (El Paraíso, Guerrero).
Escrito que elaboré el 17 de agosto de 2016.
Esteban Hernández Ortiz
En una tarde lluviosa de hace unos tres meses,
en la Ciudad de Chilpancingo empezamos una charla que me permitió ir tomando
las notas que hoy dan pie a esta relatoría escrita.
Don José menciona el orden de nacimiento de los
hijos de sus progenitores; él es el primero en nacer, luego siguen Gumaro,
Domitila, Gaudencia, Eva, maría, Irma y Norma. Él nació en Las Ventanas, pero
sus demás hermanos y hermanas nacieron en El Edén, algunos, y otros en El
Paraíso, Municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.
José González Hernández se graduó como
Licenciado en Filosofía, es egresado de la Escuela de Filosofía y Letras de la
Universidad Autónoma de Guerrero.
Habla José González Hernández:
“Por ser el primogénito, yo me cargaba a mis
hermanos y a mis hermanas para distraerlos, cuando eran bebés, o para darles
consuelo, cuando lloraban. Tengo la fortuna de que en mi infancia no sufrí
golpes ni gritos, ni ninguna clase de violencia. Mi padre fue un hombre muy
educado, pese a que él perteneció a esas generaciones, en las que muchas y
muchos no sabían leer ni escribir, pe tenían una educación muy bonita.
Me enfermé de la fiebre tifoidea cuando yo tenía
seis años de edad, me las vi negras, pero me salvé. Me curaba la familia de don
Eduardo Sotelo, doña María de Jesús, hija de don Lalo, me daba unas pastillas
pequeñitas de color rojo y me compuse. A doña Chucha yo la miré en una fiesta
en Río verde, ya tendrá como unos diez años a que la miré en ese pueblo (pueblo
vecino de El Paraíso), yo me acerqué a ella, la saludé con mucho gusto y le di
un abrazo; le recordé aquella vez en que me enferme de la tifoidea, cuando ella
me curó y reímos los dos.
Cuando entré a trabajar en la tienda de don
Eufemio Ocampo, en El Paraíso, yo tenía unos seis años de edad. Este trabajo de
mi niñez lo desempeñé entre 1959 y 1961.
Yo pensaba que tomo mundo vivía en las carencias
que se tenían en mi hogar, pero al entrar a trabajar con don Eufemio me di
cuenta de que había personas que tenían la dicha de vivir en mejores
condiciones que las de mi casa. Ahí yo comía frutas y la comida que me daban
era mejor que la de mi casa, eso de me daba mucho gusto, porque me iba bien. Yo
dormía en un petate, pero cenaba bien. En la tienda de don Eufemio se vendía
pan y a mí me tocaba ir a traer el canasto de pan a casa de la señora Gabriela,
“doña biela”, la mamá del maestro Simón Bello Espíritu, pues ella era buena
panadera. Yo tenía que caminar con mucho cuidado y sujetar bien el canasto al
pasar por un puente de madera que había, cerca de la casa de don Nicolás
Pinzón.
A la tienda de don Eufemio llegaba el servicio
de correo en la famosa valija, que era una especie de bolsa grande de lona,
casi como las que usan los equipos de beisbol. Recuero haber visto que llegaba
propaganda de la ex tinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y
algunos habitantes de El Paraíso iban a recoger esos materiales, uno de esos
lectores fue Samuel Adame, de quien se supo era seguidor del profesor Genaro
Vázquez Rojas.
La risa: remedio infalible, era como una frase
que venía inserta en aquella especie de propaganda; también venían selecciones
del readis diges, temas de la vida real en distintos países del mundo.
Cuando hice mi primera comunión fue para mí una experiencia inolvidable,
recuerdo que fuimos como doce niños los que comulgamos en aquella ocasión, hubo
pan y chocolate, el pequeño festejo fue en la escuela primaria. Yo estaba muy
feliz, hubiese querido que ese momento no se acabara.
Cuando terminé mis estudios de primaria fue mi
madrina la señora Enedina Lucena, hija de don Julio Lucena, recuerdo que me
regaló una playera azul y me dio mi abrazo, ella era bastante joven y como
todas las mujeres jóvenes, era muy bonita mi madrina.
El profesor Salvador Morlet Mejía nos organizaba
y desfilábamos con la marcha de Zacatecas, un sonido muy patriótico que nos
motivaba a desfilar con firmeza y alegría, todos en orden, porque el profesor
era muy disciplinado. Todo era terracería, no había ningún pedazo de calle
pavimentado en esos tiempos. En esos tiempos llovía fuerte en El Paraíso, a la
una o dos de la tarde ya estaba la lluvia y se quitaba hasta el anochecer. A
las ocho de la noche ya estábamos por acostarnos a dormir y apagábamos la luz,
que era un candil, con un mechón encendido. Llegábamos de las huertas bien
mojados, con nuestros sombreritos de palma, pero nos recuperábamos del frío con
un café bien caliente, pues siempre había una olla de café en el fogón o en el
comal. Las lluvias desordenadas de hoy no son un producto normal de la
naturaleza, es producto de la contaminación y el deterioro que el mismo hombre
ha realizado.
Recuerdo que el profesor llegaba en una avioneta
y sacaba un pañuelo por la ventana, todos corríamos e íbamos a verlo cuando se
bajaba de la avioneta.
Yo admiraba mucho a los maestros Simón Bello y
Alberto Morlet cuando jugaban basquetbol, eran muy disciplinados para ese
deporte. Me acuerdo que un día le dije a mi papá: Yo quiero ser maestro cuando
sea grande.
Una vez vi una carta que mi tía Belén había
mandado a mi padre, ahí no sé por qué razón iba plasmado un sello que decía:
Universidad de Guerrero. Yo recuerdo que entre mí dije: Yo voy a ir a estudiar
allí.
Luego de que terminé mi primaria yo me vine a
Chilpancingo, cuando andaba en unos 11 años de edad. En Chilpancingo ya estaba
la colonia del PRI, aunque había pocas casas. Ahí vivía mi tía Belén Márquez,
prima hermana de mi papá. Mi tía Belén era trabajadora de la Universidad,
aunque está como tal aún no tenía ese nombre de Universidad Autónoma de
Guerrero. Mi tía era comadre del doctor Pablo Sandoval Cruz.
Yo me sentía muy lejos de mi casa, pero estaba
decidido a seguir estudiando.
Por esos tiempos, aquí en Chilpancingo, cuando
ibas caminando por el centro te tomaban una foto con una cámara de esas épocas
y te daban un papelito donde estaba anotada la dirección a donde uno podría
pasar a recoger esa foto, si la quería.
Yo estudié en la Secundaria Federal A.I.
Delgado. Mi tío Juan González Márquez también llegó a Chilpancingo para
estudiar, él estudió en la secundaria Raymundo Abarca Alarcón. Después de
terminar mis estudios de secundaria, ingresé a la preparatoria número uno,
todavía no estaba la preparatoria nueve. Mi profesor Aarón M. Flores fue muy
conocido en Chilpancingo. Eran dos años de preparatoria”.
Fin de la entrevista.
Don José González Hernández trabaja en la
biblioteca central de la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo,
Guerrero. Es compañero de trabajo de otro paraiseño de nombre Fernando, hijo de
doña Rufina Salas.
Gracias por sus atenciones y por su paciencia.
José
González Hernández nació el 19 de marzo de 1951, el mero día de San José, en un
pequeño poblado que se encuentra cerca de Las Ventanas, municipio de General Heliodoro
Castillo (Tlacotepec), Guerrero. Su papá fue el señor Nolberto González
Márquez, nativo de Las Rosas, también de la municipalidad de General Heliodoro
Castillo, y su mamá fue la señora Crescencia Hernández Marcelo, oriunda del
poblado de Las Ventanas, al igual que nuestro personaje central de la historia
a la que hoy dedicamos estas líneas.
En una tarde lluviosa de
hace unos tres meses, en la Ciudad de Chilpancingo empezamos una charla que me
permitió ir tomando las notas que hoy dan pie a esta relatoría escrita.
Don
José menciona el orden de nacimiento de los hijos de sus progenitores; él es el
primero en nacer, luego siguen Gumaro, Domitila, Gaudencia, Eva, maría, Irma y
Norma. Él nació en Las Ventanas, pero sus demás hermanos y hermanas nacieron en
El Edén, algunos, y otros en El Paraíso, Municipio de Atoyac de Álvarez,
Guerrero.
José
González Hernández se graduó como Licenciado en Filosofía, es egresado de la
Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero.
Habla
José González Hernández:
Por
ser el primogénito, yo me cargaba a mis hermanos y a mis hermanas para
distraerlos, cuando eran bebés, o para darles consuelo, cuando lloraban. Tengo
la fortuna de que en mi infancia no sufrí golpes ni gritos, ni ninguna clase de
violencia. Mi padre fue un hombre muy educado, pese a que él perteneció a esas
generaciones, en las que muchas y muchos no sabían leer ni escribir, pe tenían
una educación muy bonita.
Me
enfermé de la fiebre tifoidea cuando yo tenía seis años de edad, me las vi
negras, pero me salvé. Me curaba la familia de don Eduardo Sotelo, doña María
de Jesús, hija de don Lalo, me daba unas pastillas pequeñitas de color rojo y
me compuse. A doña Chucha yo la miré en una fiesta en Río verde, ya tendrá como
unos diez años a que la miré en ese pueblo (pueblo vecino de El Paraíso), yo me
acerqué a ella, la saludé con mucho gusto y le di un abrazo; le recordé aquella
vez en que me enferme de la tifoidea, cuando ella me curó y reímos los dos.
Cuando
entré a trabajar en la tienda de don Eufemio Ocampo, en El Paraíso, yo tenía
unos seis años de edad. Este trabajo de mi niñez lo desempeñé entre 1959 y
1961.
Yo
pensaba que tomo mundo vivía en las carencias que se tenían en mi hogar, pero
al entrar a trabajar con don Eufemio me di cuenta de que había personas que tenían
la dicha de vivir en mejores condiciones que las de mi casa. Ahí yo comía
frutas y la comida que me daban era mejor que la de mi casa, eso de me daba
mucho gusto, porque me iba bien. Yo dormía en un petate, pero cenaba bien. En
la tienda de don Eufemio se vendía pan y a mí me tocaba ir a traer el canasto
de pan a casa de la señora Gabriela, “doña biela”, la mamá del maestro Simón
Bello Espíritu, pues ella era buena panadera. Yo tenía que caminar con mucho
cuidado y sujetar bien el canasto al pasar por un puente de madera que había,
cerca de la casa de don Nicolás Pinzón.
A
la tienda de don Eufemio llegaba el servicio de correo en la famosa valija, que
era una especie de bolsa grande de lona, casi como las que usan los equipos de
beisbol. Recuero haber visto que llegaba propaganda de la ex tinta Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y algunos habitantes de El Paraíso
iban a recoger esos materiales, uno de esos lectores fue Samuel Adame, de quien
se supo era seguidor del profesor Genaro Vázquez Rojas.
“La
risa: remedio infalible”, era como una frase que venía inserta en aquella
especie de propaganda; también venían selecciones del readis diges, temas de la
vida real en distintos países del mundo.
Cuando hice mi primera comunión fue para mí una experiencia inolvidable,
recuerdo que fuimos como doce niños los que comulgamos en aquella ocasión, hubo
pan y chocolate, el pequeño festejo fue en la escuela primaria. Yo estaba muy
feliz, hubiese querido que ese momento no se acabara.
Cuando
terminé mis estudios de primaria fue mi madrina la señora Enedina Lucena, hija
de don Julio Lucena, recuerdo que me regaló una playera azul y me dio mi
abrazo, ella era bastante joven y como todas las mujeres jóvenes, era muy
bonita mi madrina.
El
profesor Salvador Morlet Mejía nos organizaba y desfilábamos con la marcha de
Zacatecas, un sonido muy patriótico que nos motivaba a desfilar con firmeza y
alegría, todos en orden, porque el profesor era muy disciplinado. Todo era
terracería, no había ningún pedazo de calle pavimentado en esos tiempos. En
esos tiempos llovía fuerte en El Paraíso, a la una o dos de la tarde ya estaba
la lluvia y se quitaba hasta el anochecer. A las ocho de la noche ya estábamos
por acostarnos a dormir y apagábamos la luz, que era un candil, con un mechón
encendido. Llegábamos de las huertas bien mojados, con nuestros sombreritos de
palma, pero nos recuperábamos del frío con un café bien caliente, pues siempre
había una olla de café en el fogón o en el comal. Las lluvias desordenadas de
hoy no son un producto normal de la naturaleza, es producto de la contaminación
y el deterioro que el mismo hombre ha realizado.
Recuerdo
que el profesor llegaba en una avioneta y sacaba un pañuelo por la ventana,
todos corríamos e íbamos a verlo cuando se bajaba de la avioneta.
Yo
admiraba mucho a los maestros Simón Bello y Alberto Morlet cuando jugaban
basquetbol, eran muy disciplinados para ese deporte. Me acuerdo que un día le
dije a mi papá: Yo quiero ser maestro cuando sea grande.
Una
vez vi una carta que mi tía Belén había mandado a mi padre, ahí no sé por qué
razón iba plasmado un sello que decía: Universidad de Guerrero. Yo recuerdo que
entre mí dije: Yo voy a ir a estudiar allí.
Luego
de que terminé mi primaria yo me vine a Chilpancingo, cuando andaba en unos 11
años de edad. En Chilpancingo ya estaba la colonia del PRI, aunque había pocas
casas. Ahí vivía mi tía Belén Márquez, prima hermana de mi papá. Mi tía Belén
era trabajadora de la Universidad, aunque está como tal aún no tenía ese nombre
de Universidad Autónoma de Guerrero. Mi tía era comadre del doctor Pablo
Sandoval Cruz.
Yo
me sentía muy lejos de mi casa, pero estaba decidido a seguir estudiando.
Por
esos tiempos, aquí en Chilpancingo, cuando ibas caminando por el centro te
tomaban una foto con una cámara de esas épocas y te daban un papelito donde
estaba anotada la dirección a donde uno podría pasar a recoger esa foto, si la
quería.
Yo
estudié en la Secundaria Federal A.I. Delgado. Mi tío Juan González Márquez
también llegó a Chilpancingo para estudiar, él estudió en la secundaria
Raymundo Abarca Alarcón. Después de terminar mis estudios de secundaria,
ingresé a la preparatoria número uno, todavía no estaba la preparatoria nueve.
Mi profesor Aarón M. Flores fue muy conocido en Chilpancingo. Eran dos años de
preparatoria.
Fin
de la entrevista.
Don
José González Hernández trabaja en la biblioteca central de la Universidad
Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo, Guerrero. Es compañero de trabajo de
otro paraiseño de nombre Fernando, hijo de doña Rufina Salas.
Gracias
por sus atenciones y por su paciencia.
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