AY MAMÁ INÉ, TODO LO NEGRO TOMAMO CAFÉ.
ESTEBAN HERNÁNDEZ ORTIZ.
Luego de concluir nuestra clase
de “Seminario de Investigación I” en mi Facultad de Filosofía y Letras, caminé
desde Ciudad Universitaria al zócalo de Chilpancingo. Son las tres de la tarde
con veinte minutos, en el zócalo y pasillo aledaños de la capital de Estado hay
durante estos días una exposición de productos guerrerenses. El evento es
organizado por la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX) y
hay de diversos productos: sombreros, huaraches, cinturones, mezcal, miel,
quesos, café, repostería, Jamaica, mermeladas de distintas frutas y mucho más.
Primero me dirijo hacia donde
está el stand de mi amigo apicultor, el profesor Osiel Jiménez, luego voy al
puesto de mi amigo Macario, él y su esposa trabajan la repostería.
Habrían pasado ya unos veinte
minutos cuando continué mi caminar y accidentalmente fui a dar con dos stands
de venta de café atendido por dos jóvenes de El Paraíso. Uno es “Casa Lucena”,
al frente está el joven médico Cristian Ávila Lucena, su papá fue el señor
Irene Ávila y la parcela de café de doña María Jiménez (abuelita paterna de
Cristian) estaba junto al ahora Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario
en El Paraíso. De hecho, si no mal recuerdo, ella vendió esa área escolar, pero
cuando se construyó la Casa-Escuela en los años ochenta. La familia del doctor
Cristian también tienen parcelas de café en El Ranchito, un poblado ubicado entre
El Paraíso y La Nueva Delhi, de la sierra atoyaquense.
Al llegar al stand de “Casa Lucena”
distinguí los envases, pues allá en El Paraíso los he mirado, de forma tal que
de inmediato los reconocí, más no identifiqué de inmediato a Cristian, miré a
un joven usando sombrero de astilla, al estilo calentano, pero luego ya al
mirar bien de frente nos identificamos el uno al otro. El doctor Ávila Lucena estudió la primaria con mi hermana Eleazar en nuestro pueblo natal. Intercambiamos
varios comentarios, pero fue breve la charla, pues negocio es negocio y mi
paisano debe atender al público que se acerca.
Luego seguí mi caminar y a unos
treinta metros fui a dar con otro negocio de café de El Paraíso. Sobre la mesa
hay varios trípticos y algunas tarjetas que dicen: “Café del Paraíso”, al
centro del tríptico está una taza de café humeante, rodeada de granos de café
dorados, como sobrepuestos y saliendo de un costal. En la parte inferior está
el nombre del joven emprendedor y dice: Ingeniero Idaúl Márquez Ávila.
Hace varios años, mi paisano
Rubén Márquez me había comentado que sus hijos cursaban estudios de nivel licenciatura
y que uno de ellos estudiaba en la Ciudad de México en la Universidad Nacional
Autónoma de México. Yo no había visto a
Idaúl desde el año 2003, cuando lo miré la última ocasión en Acapulco, esta
tarde lo encontré. El encuentro es accidental, pues yo caminaba como pasando el
rato, observó los trípticos sobre la mesa, en la que también se halla una
cafetera, acompañado de vasos térmicos, un recipiente de vidrio que contiene
azúcar y otro pequeño recipiente con cucharas para que quien así lo desee pueda
endulzar el café, pues otras personas prefieren tomar café puro, sin
azúcar y sin leche. Aseguran que así se disfruta mejor la esencia de esta
bebida.
¡¡¿Café del Paraíso, Ingeniero
Idaúl Márquez?!! Me preguntaba yo, pues al instante nuestro cerebro no recobra
tan rápido los recuerdos. Un caballero dialoga con Idaúl y este le explica
algunas cosas valiosas sobre la importancia de beber café, el vendedor usa
camisa de manga larga en color azul bajito. Sin observar aún bien su rostro yo
le pregunté: ¿Puedo tomar un tríptico?, el joven vendedor de café me dice: “Claro
amigo, tome los que guste”. Fue entonces que nos miramos y al igual que sucedió
con el doctor Ávila Lucena, ahora nos identificamos con el Ingeniero en
Sistemas Computacionales Idaúl Márquez Ávila.
Hay varias coincidencias en este
breve relato: Ambos jóvenes son profesionistas, los dos nacieron y vivieron su
infancia en El Paraíso. Ambos buscan incursionar en el mundo comercial del
café, son primos, pues el apellido Ávila los une en un árbol genealógico que
les identifica muy cercanamente. Sus abuelitos vivieron en frente del zócalo en
El Paraíso. Irene Ávila, papá de Cristian fue jugador de basquetbol, lo mismo
que Rubén Márquez, el papá de Idaúl.
Para las personas que vivan en
Chilpancingo y sus cercanías o que hoy y mañana pasen por esta Ciudad Capital,
les comparto que pueden pasar al Zócalo y buscar los stands del café de mis
paisanos, se encuentran en el pasillo que está entre la Catedral y el Museo del
Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Un placer narrar detalles de mi
comunidad de origen.
Saludos a todas y a todos.
Aquí les comparto las imágenes
del empaque del café de mis paisanos. Existen en mi comunidad otras personas
que se han organizado y están incursionando en la venta de café con marcas
registradas ante las dependencias correspondientes. Luego les comparto la
información.
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