Bienvenidas todas las personas que visiten a este blog, el cual difunde información histórica, económica, cultural y social de la Sierra de Guerrero. También se incluyen textos literarios que ayudan a promover a esta maravillosa parte del mundo que la creación nos dio. Los datos cualitativos y cuantitativos que se ofrezcan serán de acuerdo al alcance de nuestras investigaciones. Reciban un fuerte y caluroso abrazo sierreño. Fraternalmente: Esteban Hernández Ortiz.

sábado, 24 de agosto de 2019

Doña Irma Román Calderón: Un ejemplo del esfuerzo de las mujeres en Guerrero.

Fotografía que tomé en julio de 2015, encontrándome en algún punto en El Naranjo, en las cercanías de El Paraíso, Guerrero. La foto se enfoca hacia las tierras de cultivo de El Puente del Rey, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero. Tengo algunas fotos de Los Piloncillos, pero no las encuentro en este momento en que subo esta entrada de mi blog.


Doña Irma Román Calderón: Un ejemplo del esfuerzo de las mujeres en Guerrero.

Esteban Hernández Ortiz.

Doña Irma Román Calderón nació el 22 de enero de 1937 en Apaxtla de Castrejón, Guerrero; en el norte de este sureño estado de la república mexicana.  Su mamá, la señora Rosalía Calderón Álvarez nació también en Apaxtla, Guerrero, y su papá, el señor Timoteo Román Cruz nació en Tlanipatlán, municipio de Teloloapan, Guerrero.  Apaxtla y Teloloapan son municipios vecinos.

Cuando doña Irma tenía doce años de edad continúo sus estudios de secundaria el internado Hipólito Reyes, en Huamantla, Tlaxcala. Ya después, con 21 años de edad, gracias a una solicitud que dirigió al gobernador del estado, ella llegó a trabajar como profesora en la escuela primaria Hermenegildo Galeana, en Tecpan de Galeana, región Costa Grande de Guerrero. Cuenta doña Irma que algunos de sus hermanos trabajaban en los Estados Unidos y que ellos no querían que ella estuviera tan alejada de su casa paterna, entonces, ellos le mandaron un poco de dinero para que ella mejor vendiera ropa.

Habla doña Irma Román Calderón:

Mi tío Zeferino Calderón Álvarez, hermano de mi mamá, vivía en Los Piloncillos, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero, y un día yo llegué a ese pueblo sierreño, siguiendo a mi tío padre.

Me comunicaba a casa de mis padres por medio de cartas que se enviaban en Correos de México.

En Los piloncillos nos conocimos con mi esposo, Emiliano Lucena Adame. En ese pueblo también di clases, aunque ya no era oficial mi trabajo, como lo fue en Tecpan. Algunas de mis alumnas, a quienes enseñé a leer y a escribir fueron: Belén Álvarez, Carmen Álvarez y Macrina Castro. Entre los varones a quienes enseñé sus primeras letras estaban Silvestre y Cutberto Calderón. Fueron clases particulares, pues yo no estaba registrada como profesora por parte del gobierno, y a las niñas y a las niñas no les dieron un certificado de primaria, pero sí aprendieron a leer y a escribir.

Años después llegó a esta sierra el Consejo Nacional del Fomento Educativo y me dispuse a dar clases en Las Palmas, ya ves que ahí vivimos por muchos años con mi esposo y mis hijas e hijos. Ahí les di clases a mis nietos Abigail y Fernando, y hoy me da mucho gusto que se hayan superado.

Mi padre era un hombre muy trabajador. Cebaba 60 puercos y vendía 12 reses por año, cuando yo era niña. Las doce reses las llevaba a Toluca y con ese dinero compraba ropa para mí y para mis hermanos; para él y para mi madre. Tambien compraba ropa para vender y así tener otra entrada de dinero en la casa.

Con el dinero de los puercos, mi papá atendía sus labores en el campo. Me acuerdo que eran seis yuntas que andaban vuelta y vuelta trabajando en las tierras de mi padre. Se cosechaban hasta 170 cargas de maíz y son cien litros de maíz por cada carga (La unidad de medición que se conoce como un litro de maíz equivale a cuatro kilos). Se llama Gallán al trabajador que sostiene el arado, el mesero es el que destapa la milpa y le pone tierra para que esta se desarrolle bien y produzca unas mazorcas bien grandes.

Siempre teníamos unas vacas y bastantes gallinas que hacían que nuestra casa y su patio se vieran hermosos. Las gallinas cacaraqueaban cada vez que ponían un huevo, alegrando nuestro rancho. Hubo un tiempo en que cada semana levantábamos hasta 500 huevos y hacíamos doce quesos de cincho.

Mi papá murió de 44 años de edad, pero fue muy responsable, nunca nos dejó solos, ni a mi madre ni a ninguno de los once hijos que tuvieron. Gracias a su trabajo pudo dar estudio a varios hermanos, tengo un hermano que es Contador Público, otro es Licenciado y uno más es Doctor.

Hasta aquí las palabras de doña Irma. La entrevisté el día domingo, 11 de agosto de 2019, en casa de mis padres, en El Paraíso, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero. Platicamos de las 16: 50 a las 17: 20 horas en el día y lugar mencionados. Cuando finalizábamos la conversación ya se veía que llegaría una fuerte lluvia. Entonces doña Irma se despidió rápidamente, yo le agradecí la confianza y ella me contestó: “Con mucho gusto, Esteban, no te preocupes, si esto te sirve para tu tesis, adelante”. Yo nunca imaginé que doña Irma tuviera alguna referencia de lo que es una tesis y me quedé sorprendido por sus palabras, además de la admiración que me causa su historia tan digna y honorable. Yo viví mi infancia y mi adolescencia en casa de mis padres, a unas cuantas casas de donde vive doña Irma. Tenía ya mucho tiempo a que estaba con la idea de platicar con ella respecto a estos historiales, y ese día se concretó tan excelente plática.

Agua en El Edén, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.

Los vecinos de esta maravillosa comunidad de El Edén, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero, limpian variaz veces por año el caudal del río, retirando plásticos.

Inculcan a la niñez y a la juventud el cuidado del río. Estas imágenes las capte el 30 de diciembre de 2018.

viernes, 23 de agosto de 2019

Relatos de José González Hernández (El Paraíso, Guerrero).




De pie se encuentra mi amigo José González Hernández, haciendo unos comentarios el día en que presentamos el primer libro de mi autoría en el Museo Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en Chilpancingo, Guerrero, en 2017.

Relatos de José González Hernández (El Paraíso, Guerrero).

Escrito que elaboré el 17 de agosto de 2016.


Esteban Hernández Ortiz

En una tarde lluviosa de hace unos tres meses, en la Ciudad de Chilpancingo empezamos una charla que me permitió ir tomando las notas que hoy dan pie a esta relatoría escrita.

Don José menciona el orden de nacimiento de los hijos de sus progenitores; él es el primero en nacer, luego siguen Gumaro, Domitila, Gaudencia, Eva, maría, Irma y Norma. Él nació en Las Ventanas, pero sus demás hermanos y hermanas nacieron en El Edén, algunos, y otros en El Paraíso, Municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.

José González Hernández se graduó como Licenciado en Filosofía, es egresado de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero.

Habla José González Hernández:

“Por ser el primogénito, yo me cargaba a mis hermanos y a mis hermanas para distraerlos, cuando eran bebés, o para darles consuelo, cuando lloraban. Tengo la fortuna de que en mi infancia no sufrí golpes ni gritos, ni ninguna clase de violencia. Mi padre fue un hombre muy educado, pese a que él perteneció a esas generaciones, en las que muchas y muchos no sabían leer ni escribir, pe tenían una educación muy bonita.

Me enfermé de la fiebre tifoidea cuando yo tenía seis años de edad, me las vi negras, pero me salvé. Me curaba la familia de don Eduardo Sotelo, doña María de Jesús, hija de don Lalo, me daba unas pastillas pequeñitas de color rojo y me compuse. A doña Chucha yo la miré en una fiesta en Río verde, ya tendrá como unos diez años a que la miré en ese pueblo (pueblo vecino de El Paraíso), yo me acerqué a ella, la saludé con mucho gusto y le di un abrazo; le recordé aquella vez en que me enferme de la tifoidea, cuando ella me curó y reímos los dos.

Cuando entré a trabajar en la tienda de don Eufemio Ocampo, en El Paraíso, yo tenía unos seis años de edad. Este trabajo de mi niñez lo desempeñé entre 1959 y 1961.

Yo pensaba que tomo mundo vivía en las carencias que se tenían en mi hogar, pero al entrar a trabajar con don Eufemio me di cuenta de que había personas que tenían la dicha de vivir en mejores condiciones que las de mi casa. Ahí yo comía frutas y la comida que me daban era mejor que la de mi casa, eso de me daba mucho gusto, porque me iba bien. Yo dormía en un petate, pero cenaba bien. En la tienda de don Eufemio se vendía pan y a mí me tocaba ir a traer el canasto de pan a casa de la señora Gabriela, “doña biela”, la mamá del maestro Simón Bello Espíritu, pues ella era buena panadera. Yo tenía que caminar con mucho cuidado y sujetar bien el canasto al pasar por un puente de madera que había, cerca de la casa de don Nicolás Pinzón.

A la tienda de don Eufemio llegaba el servicio de correo en la famosa valija, que era una especie de bolsa grande de lona, casi como las que usan los equipos de beisbol. Recuero haber visto que llegaba propaganda de la ex tinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y algunos habitantes de El Paraíso iban a recoger esos materiales, uno de esos lectores fue Samuel Adame, de quien se supo era seguidor del profesor Genaro Vázquez Rojas.

La risa: remedio infalible, era como una frase que venía inserta en aquella especie de propaganda; también venían selecciones del readis diges, temas de la vida real en distintos países del mundo.
Cuando hice mi primera comunión fue para mí una experiencia inolvidable, recuerdo que fuimos como doce niños los que comulgamos en aquella ocasión, hubo pan y chocolate, el pequeño festejo fue en la escuela primaria. Yo estaba muy feliz, hubiese querido que ese momento no se acabara.

Cuando terminé mis estudios de primaria fue mi madrina la señora Enedina Lucena, hija de don Julio Lucena, recuerdo que me regaló una playera azul y me dio mi abrazo, ella era bastante joven y como todas las mujeres jóvenes, era muy bonita mi madrina.

El profesor Salvador Morlet Mejía nos organizaba y desfilábamos con la marcha de Zacatecas, un sonido muy patriótico que nos motivaba a desfilar con firmeza y alegría, todos en orden, porque el profesor era muy disciplinado. Todo era terracería, no había ningún pedazo de calle pavimentado en esos tiempos. En esos tiempos llovía fuerte en El Paraíso, a la una o dos de la tarde ya estaba la lluvia y se quitaba hasta el anochecer. A las ocho de la noche ya estábamos por acostarnos a dormir y apagábamos la luz, que era un candil, con un mechón encendido. Llegábamos de las huertas bien mojados, con nuestros sombreritos de palma, pero nos recuperábamos del frío con un café bien caliente, pues siempre había una olla de café en el fogón o en el comal. Las lluvias desordenadas de hoy no son un producto normal de la naturaleza, es producto de la contaminación y el deterioro que el mismo hombre ha realizado.

Recuerdo que el profesor llegaba en una avioneta y sacaba un pañuelo por la ventana, todos corríamos e íbamos a verlo cuando se bajaba de la avioneta.

Yo admiraba mucho a los maestros Simón Bello y Alberto Morlet cuando jugaban basquetbol, eran muy disciplinados para ese deporte. Me acuerdo que un día le dije a mi papá: Yo quiero ser maestro cuando sea grande.

Una vez vi una carta que mi tía Belén había mandado a mi padre, ahí no sé por qué razón iba plasmado un sello que decía: Universidad de Guerrero. Yo recuerdo que entre mí dije: Yo voy a ir a estudiar allí.

Luego de que terminé mi primaria yo me vine a Chilpancingo, cuando andaba en unos 11 años de edad. En Chilpancingo ya estaba la colonia del PRI, aunque había pocas casas. Ahí vivía mi tía Belén Márquez, prima hermana de mi papá. Mi tía Belén era trabajadora de la Universidad, aunque está como tal aún no tenía ese nombre de Universidad Autónoma de Guerrero. Mi tía era comadre del doctor Pablo Sandoval Cruz.

Yo me sentía muy lejos de mi casa, pero estaba decidido a seguir estudiando.

Por esos tiempos, aquí en Chilpancingo, cuando ibas caminando por el centro te tomaban una foto con una cámara de esas épocas y te daban un papelito donde estaba anotada la dirección a donde uno podría pasar a recoger esa foto, si la quería.

Yo estudié en la Secundaria Federal A.I. Delgado. Mi tío Juan González Márquez también llegó a Chilpancingo para estudiar, él estudió en la secundaria Raymundo Abarca Alarcón. Después de terminar mis estudios de secundaria, ingresé a la preparatoria número uno, todavía no estaba la preparatoria nueve. Mi profesor Aarón M. Flores fue muy conocido en Chilpancingo. Eran dos años de preparatoria”.

Fin de la entrevista.

Don José González Hernández trabaja en la biblioteca central de la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo, Guerrero. Es compañero de trabajo de otro paraiseño de nombre Fernando, hijo de doña Rufina Salas.

Gracias por sus atenciones y por su paciencia.



José González Hernández nació el 19 de marzo de 1951, el mero día de San José, en un pequeño poblado que se encuentra cerca de Las Ventanas, municipio de General Heliodoro Castillo (Tlacotepec), Guerrero. Su papá fue el señor Nolberto González Márquez, nativo de Las Rosas, también de la municipalidad de General Heliodoro Castillo, y su mamá fue la señora Crescencia Hernández Marcelo, oriunda del poblado de Las Ventanas, al igual que nuestro personaje central de la historia a la que hoy dedicamos estas líneas.

       En una tarde lluviosa de hace unos tres meses, en la Ciudad de Chilpancingo empezamos una charla que me permitió ir tomando las notas que hoy dan pie a esta relatoría escrita.

Don José menciona el orden de nacimiento de los hijos de sus progenitores; él es el primero en nacer, luego siguen Gumaro, Domitila, Gaudencia, Eva, maría, Irma y Norma. Él nació en Las Ventanas, pero sus demás hermanos y hermanas nacieron en El Edén, algunos, y otros en El Paraíso, Municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero.

José González Hernández se graduó como Licenciado en Filosofía, es egresado de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero.

Habla José González Hernández:

Por ser el primogénito, yo me cargaba a mis hermanos y a mis hermanas para distraerlos, cuando eran bebés, o para darles consuelo, cuando lloraban. Tengo la fortuna de que en mi infancia no sufrí golpes ni gritos, ni ninguna clase de violencia. Mi padre fue un hombre muy educado, pese a que él perteneció a esas generaciones, en las que muchas y muchos no sabían leer ni escribir, pe tenían una educación muy bonita.

Me enfermé de la fiebre tifoidea cuando yo tenía seis años de edad, me las vi negras, pero me salvé. Me curaba la familia de don Eduardo Sotelo, doña María de Jesús, hija de don Lalo, me daba unas pastillas pequeñitas de color rojo y me compuse. A doña Chucha yo la miré en una fiesta en Río verde, ya tendrá como unos diez años a que la miré en ese pueblo (pueblo vecino de El Paraíso), yo me acerqué a ella, la saludé con mucho gusto y le di un abrazo; le recordé aquella vez en que me enferme de la tifoidea, cuando ella me curó y reímos los dos.

Cuando entré a trabajar en la tienda de don Eufemio Ocampo, en El Paraíso, yo tenía unos seis años de edad. Este trabajo de mi niñez lo desempeñé entre 1959 y 1961.

Yo pensaba que tomo mundo vivía en las carencias que se tenían en mi hogar, pero al entrar a trabajar con don Eufemio me di cuenta de que había personas que tenían la dicha de vivir en mejores condiciones que las de mi casa. Ahí yo comía frutas y la comida que me daban era mejor que la de mi casa, eso de me daba mucho gusto, porque me iba bien. Yo dormía en un petate, pero cenaba bien. En la tienda de don Eufemio se vendía pan y a mí me tocaba ir a traer el canasto de pan a casa de la señora Gabriela, “doña biela”, la mamá del maestro Simón Bello Espíritu, pues ella era buena panadera. Yo tenía que caminar con mucho cuidado y sujetar bien el canasto al pasar por un puente de madera que había, cerca de la casa de don Nicolás Pinzón.

A la tienda de don Eufemio llegaba el servicio de correo en la famosa valija, que era una especie de bolsa grande de lona, casi como las que usan los equipos de beisbol. Recuero haber visto que llegaba propaganda de la ex tinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y algunos habitantes de El Paraíso iban a recoger esos materiales, uno de esos lectores fue Samuel Adame, de quien se supo era seguidor del profesor Genaro Vázquez Rojas.

“La risa: remedio infalible”, era como una frase que venía inserta en aquella especie de propaganda; también venían selecciones del readis diges, temas de la vida real en distintos países del mundo.
Cuando hice mi primera comunión fue para mí una experiencia inolvidable, recuerdo que fuimos como doce niños los que comulgamos en aquella ocasión, hubo pan y chocolate, el pequeño festejo fue en la escuela primaria. Yo estaba muy feliz, hubiese querido que ese momento no se acabara.

Cuando terminé mis estudios de primaria fue mi madrina la señora Enedina Lucena, hija de don Julio Lucena, recuerdo que me regaló una playera azul y me dio mi abrazo, ella era bastante joven y como todas las mujeres jóvenes, era muy bonita mi madrina.

El profesor Salvador Morlet Mejía nos organizaba y desfilábamos con la marcha de Zacatecas, un sonido muy patriótico que nos motivaba a desfilar con firmeza y alegría, todos en orden, porque el profesor era muy disciplinado. Todo era terracería, no había ningún pedazo de calle pavimentado en esos tiempos. En esos tiempos llovía fuerte en El Paraíso, a la una o dos de la tarde ya estaba la lluvia y se quitaba hasta el anochecer. A las ocho de la noche ya estábamos por acostarnos a dormir y apagábamos la luz, que era un candil, con un mechón encendido. Llegábamos de las huertas bien mojados, con nuestros sombreritos de palma, pero nos recuperábamos del frío con un café bien caliente, pues siempre había una olla de café en el fogón o en el comal. Las lluvias desordenadas de hoy no son un producto normal de la naturaleza, es producto de la contaminación y el deterioro que el mismo hombre ha realizado.

Recuerdo que el profesor llegaba en una avioneta y sacaba un pañuelo por la ventana, todos corríamos e íbamos a verlo cuando se bajaba de la avioneta.

Yo admiraba mucho a los maestros Simón Bello y Alberto Morlet cuando jugaban basquetbol, eran muy disciplinados para ese deporte. Me acuerdo que un día le dije a mi papá: Yo quiero ser maestro cuando sea grande.

Una vez vi una carta que mi tía Belén había mandado a mi padre, ahí no sé por qué razón iba plasmado un sello que decía: Universidad de Guerrero. Yo recuerdo que entre mí dije: Yo voy a ir a estudiar allí.

Luego de que terminé mi primaria yo me vine a Chilpancingo, cuando andaba en unos 11 años de edad. En Chilpancingo ya estaba la colonia del PRI, aunque había pocas casas. Ahí vivía mi tía Belén Márquez, prima hermana de mi papá. Mi tía Belén era trabajadora de la Universidad, aunque está como tal aún no tenía ese nombre de Universidad Autónoma de Guerrero. Mi tía era comadre del doctor Pablo Sandoval Cruz.

Yo me sentía muy lejos de mi casa, pero estaba decidido a seguir estudiando.

Por esos tiempos, aquí en Chilpancingo, cuando ibas caminando por el centro te tomaban una foto con una cámara de esas épocas y te daban un papelito donde estaba anotada la dirección a donde uno podría pasar a recoger esa foto, si la quería.

Yo estudié en la Secundaria Federal A.I. Delgado. Mi tío Juan González Márquez también llegó a Chilpancingo para estudiar, él estudió en la secundaria Raymundo Abarca Alarcón. Después de terminar mis estudios de secundaria, ingresé a la preparatoria número uno, todavía no estaba la preparatoria nueve. Mi profesor Aarón M. Flores fue muy conocido en Chilpancingo. Eran dos años de preparatoria.



Fin de la entrevista.

Don José González Hernández trabaja en la biblioteca central de la Universidad Autónoma de Guerrero, en Chilpancingo, Guerrero. Es compañero de trabajo de otro paraiseño de nombre Fernando, hijo de doña Rufina Salas.

Gracias por sus atenciones y por su paciencia.

jueves, 22 de agosto de 2019

La Sierra de Guerrero: Extracción de recursos y sus aportes en las luchas libertarias de México.



La Sierra de Guerrero: Extracción de recursos y sus aportes en las luchas libertarias de México.


Esteban Hernández Ortiz.



Texto que elaboré en mayo de 2019. Hoy realizo algunas adecuaciones respecto a las fuentes de consulta siguiendo el sistema APA. También modifiqué el título del texto.






Las imágenes que acompañan a este texto son parte de mi archivo personal y fueron tomadas por mí. La primera la capté desde el panteón de El Paraíso, y la segunda la capté desde la Preparatoria 45 de la Universidad Autónoma de Guerrero.



Los incendios que han devastado, y aún devastan, a la Sierra de Guerrero, dejarán lamentables resultados para esta entidad y para el país. La catástrofe dañará, por supuesto, también al mundo.

       

Después de la tragedia de La Pintada, en septiembre de 2013, no se había presentado algún suceso tan lamentable. Cientos de hectáreas han sido arrasadas por el fuego, dañando la vida vegetal, animal y humana.

Como región, la Sierra tiene una multiculturalidad, independientemente de su existencia o inexistencia en los organigramas gubernamentales.



La Sierra es el sitio donde nacen 23 ríos (algunas fuentes dicen que son 27 ríos) que descienden hacia la Costa Grande, la Tierra Caliente y la zona Centro, abasteciendo a miles de guerrerenses, tanto para consumo humano como para actividades agropecuarias.



Haré un breve abordaje histórico. Cuando los conquistadores europeos llegaron a la Sierra, ya existían en estos lugares habitantes de cuyos orígenes no tenemos precisión.



        Mucha gente sierreña participó en la Independencia de México. El 20 de febrero de 1814, en la Ciudad de Toluca, se redactaba el siguiente informe:



“En la mañana de este día han llegado dos individuos, ambos de la Hacienda de Bejucos, linderos de Cutzamala, y me informaron que Morelos hace trece días salió de aquel punto para el de Coyuca, luego al de Ajuchitlán y de éste a Tlacotepec, que es donde reside. En Ajuchitlán lo vio D. José Moreno y observó que tenía como doce mil hombres armados con cosa de ochocientos fusiles, que todos los diezmos y cuantos víveres hay por aquellas inmediaciones, los están conduciendo de orden de Morelos a Tlacotepec, que es donde se halla con la junta de pícaros que residía en Chilpancingo. El pueblo de Tlacotepec está situado al principio de la Sierra Madre, al otro lado del Río Balsas. Su ubicación es un alto cerro, para el cual sólo hay tres entradas muy penosas; la una es por Tehuehuetla y Tetela, que es puntualmente la que pasó cuando salió de Coyuca y Ajuchitlán; la otra es por Teloloapan, Apaxtla y Hacienda de San Marcos, que es donde pasa el río; y la tercera por Chilpancingo, la cual ha de ser la más cómoda, por haber compuesto el mismo Morelos sus caminos.



Este pueblo de Tlacotepec goza de buen temperamento, es grande y de mucha producción de maíz y carne para sostenerse. Está inmediatamente al real de Tepantitlán, cuyas minas en su actual bonanza las disfruta Morelos, cuyo objeto acaso le habrá movido a situarse en él, bien es que su posición le ha de ser muy ventajosa y fortificado costará mucho trabajo para desalojarlo.



Tiene cobres para cañones y salitres para pólvora; de uno y otro se surtió Morelos en este pueblo cuando promovió la insurrección en la Costa del Sur, y en el fundieron los primeros cañones insurgentes.



La división de Chilpancingo es la que está más inmediata para abatirlo, porque sólo hay distancia de 20 a 25 leguas, de un camino que por haberlo compuesto Morelos ha de ser el mejor. Puede entrar por Teloloapan; tiene como diez leguas de mal camino, y una subida a Tlacotepec de igual número de leguas, bastante penosa después de pasar el río en San Marcos.



Al final, el documento se firmaba como “Guardamina” y se ponía la rúbrica (Salgado, 2009, pág. 38).



Hay diversos testimonios respecto al hallazgo de cañones y armas de fuego en la Sierra, pues en efecto fue refugio de personas que combatieron en la Independencia. El señor Donaciano Lucena cuenta que en Campo Morado, municipio de General Heliodoro Castillo, con cabecera en Tlacotepec, un día su papá, el señor Crisóforo y su primo Efraín Lucena Nájera salieron a venadear cuando de pronto miraron un pedazo de fierro que asomaba en el suelo, en realidad era un cañón. Dieron parte a Tlacotepec y fue un General del Ejército Mexicano a traer ese cañón.



La Sierra, por los recursos que posee, ha estado en la mira de buscadores de riquezas en diferentes épocas: primero, de mineros; después, de ganaderos, y recientemente, de madereros.



Durante el periodo colonial, aproximadamente cada ochenta días se entregaban los tributos, los cuales se transportaban por medio de tamemes o cargadores que llevaban los productos que los calpixques o recaudadores habían recolectado en los pueblos, cabeceras o provincias. Entre los productos de tributo se encontraban la miel, las pieles y los plumajes. La provincia de Cihuatlán era la que comprendía la mayor parte del actual territorio de la Sierra de Guerrero (Sala de exhibición, “Las provincias tributarias al momento del contacto”, 2018).



Durante la Independencia, la Sierra fue escenario de grandes batallas. Muchas personas encontraron un refugio o escondite debido a lo escarpado y marginado de la región. Finalizaba el año de 1817, cuando en el Cerro de Santo Domingo, cerca de Jaleaca de Catalán, el General Nicolás Catalán fue sitiado por los realistas; ante la carencia de alimentos era inminente la rendición del ejército del General Catalán, entonces doña Antonia Nava, esposa del General Nicolás Catalán y oriunda de Tixtla, Guerrero, en compañía de un grupo de mujeres dieron prueba de la valentía de la mujer sierreña (Campos, 2012, pág. 134).

Entre los diversos datos de la Revolución Mexicana se tiene que, conociendo la Sierra, Jesús H. Salgado recurrió a la guerra de guerrillas después de haber depuesto las armas el 12 de diciembre de 1911 en Teloloapan. De marzo a diciembre de 1914 fue gobernador de Guerrero, y cuando las fuerzas zapatistas habían mermado, se refugió en Balsamar, en plena Sierra guerrerense. De ahí se enfiló hacia la Costa Grande, donde atacó a la guarnición federal en Zihuatanejo. Jesús H. Salgado, cuya letra “H” representa a su apellido materno Hernández, murió en un enfrentamiento a tiros en la Barranca de los Encuerados, donde actualmente se encuentra la comunidad serrana de San José, municipio de Petatlán, el 14 de febrero de 1920, a las cinco de la mañana (Enciclopedia Guerrero “Salgado, Jesús H.” , s.f.). Respecto a la muerte de Jesús H. Salgado, coincide Daniel Molina Álvarez, citando que “El 14 de febrero de 1920…nos sorprendió el enemigo,… teniendo como fatal consecuencia la pérdida de mi general Jesús H. Salgado…El enemigo nos sorprendió como a las cinco de la mañana” (Álvarez, 1987, pág. 227).



El pastoreo empezó a practicarse en el siglo XVIII en la Sierra Madre del Sur. La actividad llegó procedente de regiones de Puebla, comercializándose la carne, los cueros y el sebo (grasa). Pronto creció la producción de ganado ovino y enseguida, el ganado caprino, que se fue extendiendo desde el sur de Puebla hacia la región mixteca oaxaqueña. A finales de la Colonia y durante el siglo XIX esa producción fue disgregándose en la Sierra de oriente a occidente, dando lugar a la migración de familias de pastores. Posteriormente se les empezó a llamar “chiveros” y a los sitios donde se establecían los chiveros se les llamaba haciendas volantes.



La mayoría de los apellidos de la Sierra provienen de España, pero no faltan algunas familias con rasgos asiáticos.



Existen diversas referencias de investigaciones académicas respecto a la minería en la Sierra guerrerense. En un trabajo que publicó el Doctor Jaime Salazar Adame en 1998 dice que en el año de 1889 fue una representación de Guerrero a la exposición de París llevando cantera roja o granito de Tlacotepec  (J. S. Adame 1998, 206).

Comparto la opinión de muchos investigadores, en el sentido de que las desventajas de las incomunicaciones sureñas conllevaron a los empresarios y gobernantes a que se alejaran de Guerrero y se dirigieran al centro y al norte del país: a Zacatecas, a Guanajuato, a Sonora y otras entidades, en busca de minas. Lo que quedaba de los recursos mineros de la Sierra y otras partes de Guerrero pudieron permanecer en reposo en lo recóndito del subsuelo por un tiempo más. De los recursos mineros que se extrajeron en la Sierra emanaron riquezas, pero estas favorecieron mucho más al sistema económico de los grandes capitales de relieve mundial, que a las familias que habitaban la serranía.



La compañía del Ferrocarril de México a Cuernavaca y el Pacífico hizo entrega el 25 de febrero de 1900 del puente de fierro que fue traído de Nueva York y que cruzó al río Balsas para que la línea ferroviaria llegara al poblado de Balsas Sur. Este moderno medio de transporte y de comunicación se inauguró en 1898 en Cocula, y en 1900 llegó hasta Balsas Sur, aunque su verdadero objetivo era facilitar el transporte de minerales y acarreo de maquinaria rumbo a Tlacotepec -en el caso de la Sierra-, así como a otros lugares del Estado (Adame, 1998, pág. 15).

En su libro “Toro Muerto, Paraíso desconocido”, Ramiro Reyna dice que durante el porfiriato se tenía el proyecto de comunicar a la Ciudad de México con la costa del Pacífico por medio del ferrocarril, aunque su objetivo principal era transportar el mineral que se obtenía en la región del Balsas, el cual se transportaba en bestias para embarcarse en el Océano Pacífico” (Aguilar, 2011, pág. 15).

El Estado Mexicano tiene una deuda histórica que saldar con la Sierra de Guerrero por sus grandes aportes en beneficio de la nación. Es hora de que se empiece a cubrir ese enorme adeudo.



 Fuentes de consulta:



Adame, M. T.-J. (1998). Historia General de Guerrero. Volumen III. Formación y modernización . Instituto Nacional de Antropología e Historia, Gobierno del Estado de Guerrero.

Aguilar, R. R. (2011). Toro Muerto. Paraíso Desconocido . México: Talleres de publicidad Corp. Oscar Federico Martínez Delejal, 2011.

Álvarez, D. M. (1987). “Periodo 1920-1934”. En R. R. Jaime Salazar Adame, Historia de la cuestión agraria mexicana. Estado de Guerrero. 1867-1940. Universidad Autónoma de Guerrero, Centro de Estudios Históricos del agrarismo en México, Gobierno del Estado de Guerrero.

Campos, M. O. (2012). Historia del Estado de Guerrero. México: Ediciones diario de Guerrero-Congreso del Estado de Guerrero.

Enciclopedia Guerrero “Salgado, Jesús H.” . (s.f.). Recuperado el 11 de diciembre de 2017, de http://enciclopediagro.org/index.php/indices/indice-de-biografias/1409-salgado-jesus-h

Sala de exhibición, “Las provincias tributarias al momento del contacto”. (9 de enero de 2018). Chilpancingo de los Bravo, Guerrero, México.: Museo Regional de Guerrero. Instituto Nacional de Antropología e Historia. .

Salgado, D. C. (2009). Guerrero: Una visión histórica. Territorio y Estadística. Chilpancingo, Guerrero: Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri (Congreso del estado de Guerrero).


miércoles, 21 de agosto de 2019

Ecos de la Sierra de Guerrero


Profesor Salvador Morlet Mejía.
Fotografía que me proporcionó su nieto Mario Alberto Morlet Valdez.


Ecos de la Sierra de Guerrero.
Esteban Hernández Ortiz.

Eco de la Sierra fue un periódico que el profesor Salvador Morlet Mejía publicó en el año de 1954, en Tlacotepec, municipio de General Heliodoro Castillo, Guerrero. Costaba 20 centavos y las oficinas estaban en Dirección de la escuela primaria Cuauhtémoc, en Tlacotepec, Guerrero. El Directorio se integraba así: Director, profesos Salvador Morlet Mejía; subdirector, señor Filiberto Castillo Reyna; el subjefe de administración era el señor Efraín Hurtado Romero; también formaba parte del directorio el señor J. Natividad V. Paco.

Recientemente, una persona de la familia Morlet me proporcionó un ejemplar de Eco de la Sierra, publicado el 26 de abril de 1954, en Tlacotepec, Guerrero.

Se sabe que el profesor Salvador Morlet fue a los Estados Unidos cuando él era muy joven y allá aprendió cierto dominio del idioma inglés. De regreso a Guerrero fue enseñando lo que él sabía de esa lengua en distintas poblaciones. Así lo hizo en Tlacotepec y así lo hizo en El Paraíso, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero. En este segundo pueblo muchas señoras y muchos señores recuerdan cuando el profesor Morlet escribía My heart is happy, (mi corazón está contento), también recuerdan que él les enseñó a pronunciar los números del uno al diez en inglés.
Hubo una pequeña sección donde el periódico enseñaba inglés, español y mexicano. Mostraba la siguiente tabla:
Inglés
Pronunciación
Español
Mexicano
The teacher
Di ticher
El maestro
Temachti
Money
Mónei
dinero
Tomin
I have
Ai jav
Yo tengo
Niepia
You have
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La sección deportiva estaba a cargo del profesor Goven Vargas Castillo.

Había un directorio comercial que se publicaba en Eco de la Sierra, por ejemplo se publicaban: 
Mercería y Perfumería “la toluqueña”, 
Paletería, refrescos, limonadas y refrescos de todos sabores “Yola”, 
Sastrería “La Aurora”, 
Ropa y abarrotes “Casa Salgado”, cuyo propietario era el señor Erasto Salgado S., y,
Doctor Víctor Reyes Abonce, de la “Universidad Nacional”.

¡Qué orgullo haber conocido al profesor Salvador Morlet Mejía! Tuve la suerte de que él fuera nuestro padrino de generación cuando terminé mi secundaria en El Paraíso, Guerrero, el 30 de junio de 1989. En aquella ocasión nos obsequió un acróstico, una composición en forma de verso, que él escribió para sus ahijados.

En 1955, el profesor Salvador Morlet publicaría Eco del Cafetal, ya estando en El Paraíso, Guerrero.

Fuente de Consulta:
Periódico Eco de la Sierra, publicado el 26 de abril de 1954, en Tlacotepec, Guerrero.

martes, 20 de agosto de 2019

Extracción de recursos maderables en la Sierra de Guerrero.

El Cerro de las Tres Tetas, visto desde El Edén, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero. Fotografía que tomé el día 30 de diciembre de 2018.

Extracción de recursos maderables en la Sierra de Guerrero.
Estos párrafos son parte de mi tesis de maestría. La imagen no forma parte del paginado de mi tesis.
A principios del siglo XX se otorgó una concesión a Martín Carrera, accionista de la empresa maderera Guerrero Land and Timer Co., por una extensión de 8, 244 hectáreas en la jurisdicción de Atoyac, mismos que le fueron expropiados de las 157, 904 hectáreas que tenía asignadas en la Sierra (R. R. Álvarez 1989, 34). Previo al periodo presidencial cardenista la compañía maderera Guerrero Land and Timber Co extendía sus dominios a los municipios de Petatlán, Tecpan de Galeana, Ajuchitlán, Coyuca de Catalán y Chilpancingo, entre otros (Enciclopedia de Guerrero s.f.).
Se desconocen las cifras exactas de las superficies que tenía la empresa Guerrero Land and Timber, Co. debido a que los documentos no citan unidades longitudinales métricas, sino linderos o colindancias que consisten en ríos, cerros o territorios municipales. Esta empresa fue comprada en 1912 a Manuel Carrera Sabat, quien la adquirió de manos del primer propietario de la Sierra, Ignacio Calvo Celis Rávago, quien luego de haber denunciado que eran tierras realengas y baldías, las obtuvo en 1796. La denuncia fue publicada ocho días en lugares visibles de Tetela del Río. Así dos años después de la denuncia Ignacio Calvo Celis Rávago se apropió de la Sierra y obtuvo la posesión por parte del Conde del Valle de Orizaba. Las áreas boscosas del norte de Tecpan y de Petatlán eran explotadas por Maderas Papanoa. Iran And Timberg extrajo las maderas en la Sierra de Chilpancingo y la compañía maderera Camotla, extrajo las maderas en el Municipio de Leonardo Bravo (T. B. Álvarez, “Periodo 1934-1940” 1987, 345-346). Actualmente (2018) existe la comunidad de Torre Camotla, ubicada a diez minutos –en vehículo- de Puerto General Nicolás Bravo (Filo de Caballos), en el municipio de Leonardo Bravo.
Los comienzos de explotación intensiva de madera coinciden con los cambios y dificultades que enfrentaba la cría de ganado caprino en la Sierra. La explotación maderera aparece como una alternativa laboral para la población criolla de la Sierra; el capital industrial encuentra mano de obra barata para ser ocupada en los aserraderos. De esa manera las poblaciones de pastores tuvieron otra razón para arraigarse en la Sierra, ahora vinculada a la actividad forestal, pues el cultivo del café todavía no repuntaba.
Entre los madereros arribaron a la Sierra empresarios y trabajadores de los estados de México y Michoacán, muchos de ellos se avecindaron en las comunidades que se fundaron cuando se instalaron los aserraderos. Por varias décadas este “rejuego” se mantuvo hasta que los bosques mermaron su potencial (T. B. Álvarez, La tragedia de los bosques de Guerrero. Historia ambiental y las políticas forestales 2003, 186). En los lugares donde se establecieron los aserraderos también había mecánicos y operadores de maquinaria; así como labores de “cuneteo” y otros mantenimientos de los caminos. Todo en aras de que las carreteras fueran aptas para extraer las maderas.
En el extraccionismo de recursos maderables se encontraban las compañías Silvicultora y Maderas Papanoa. Las empresas Arturo San Román y Lambert Ralph presionaron a los gobiernos para que se abrieran caminos en la Sierra, sobre todo en los montes de Atoyac y en los de Chilpancingo (Arciga 2010, 73). Así se posibilitaba la explotación de las maderas, extrayendo jugosas ganancias monetarias e importándoles un bledo el daño ecológico. Todo bajo el argumento de la generación de empleos y la apertura de caminos, cuando en realidad los caminos fueron abiertos fundamentalmente para transportar las maderas, y casi no era su propósito el comunicar a las personas que vivían en las comunidades serranas.
También hay otras especies de maderas en las risquerías de los cerros, muy perdurables para el uso doméstico y para “cercar” los corrales, entre ellos podemos mencionar al chipilillo, al tepehuaje y al moreno que se usan para construir casas de “horcones”. Son árboles cuyas maderas duran hasta cuarenta años enterrados directos a la tierra, máxime si no se mojan. En la construcción de casas también se usa madera de pino a manera de polines, soleras, fajillas, tablas y tablones.

El tejamanil es una menuda tableta que se obtiene principalmente de árboles de ayacahuite, aunque en menor medida se obtiene del oyamel, para cubrir el techo de las casas. Las tabletas de tejamanil tienen aproximadamente unos quince centímetros de ancho por unos cincuenta o sesenta centímetros de largo y un centímetro o medio centímetro de grosor. Muchos acostumbran colocar láminas de cartón sobre el tejamanil para proteger más los techos. Con el paso de los años, el uso del tejamanil ha caído en el desuso.
Ahora bien, la riqueza de los bosques de la Sierra no sólo se encuentra en sus árboles maderables de pino, encino, oyamel y cedro; los bosques son el principal sitio natural de donde emanan las afluentes de agua que integran los ríos que alimentan a las lagunas costeras, las presas de los valles de Tierra Caliente y las tomas de abasto de ciudades como Acapulco, Chilpancingo, todas las ciudades con mayor número de habitantes en la Costa Grande y en la Tierra Caliente, es decir, el agua es el recurso natural del que vive la mayoría de la población del Estado. Puede decirse que la vida de la mayoría de los guerrerenses está vinculada a la existencia de los bosques de la Sierra, aunque hasta ahora se ha subestimado el valor del agua y se priorizan a las maderas. Hay que agregar que los bosques son el hábitat de muchas especies vegetales y animales.
Han existido intentos por aprovechar socialmente a los recursos maderables como en el ejido El Balcón, pero en general las maderas han sido explotadas en beneficio de las grandes empresas como Silvicultora San Román y Maderas Papanoa. Esta última explotó los bosques de la sierra de Atoyac de Álvarez.

Fuentes de consulta:
Álvarez, Renato Ravelo Lecuona y Tomás Bustamante. Historia General de Guerrero. Volumen IV. Revolución y reconstrucción . México: Gobierno del Estado de Guerrero, Universidad Autónoma de Guerrero, 1989.
Álvarez, Tomás Bustamante. «“Periodo 1934-1940”.» En Historia de la cuestión agraria mexicana. Estado de Guerrero. 1867-1940, de Renato Ravelo Lecuona, Daniel Molina Álvarez y Tomás Bustamante Álvarez, Coords. Jaime Salazar Adame. Gobierno del estado de Guerrero, Universidad Autónoma de Guerrero, Centro de Estudios Históricos del agrarismo en México, 1987.
—. La tragedia de los bosques de Guerrero. Historia ambiental y las políticas forestales . México: Ediciones Fontamara, Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri, Universidad Autónoma de Guerrero , 2003.
Arciga, Esperanza Hernández. «“Chilpancingo y la construcción de la identidad suriana”.» En Guerrero en el contexto de las revoluciones en México, de Gil Arturo Ferrer Vicario y Joel Iturio Alvarado, Coords. Tomas Bustamante Álvarez. México: Fontamara, 2010.
«Enciclopedia de Guerrero.» s.f. http://inafed.gob.mx/work/enciclopedia/EMM12guerrero/historia.html (último acceso: 9 de noviembre de 2017).
Miller, Ma. Teresa Pavía. «“Origen y Formación (1821-1867)”.» En Historia General de Guerrero. Volumen III. Formación y modernización , de Ma. Teresa Pavía Miller-Jaime Salazar Adame. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Gobierno del Estado de Guerrero, JGH Editores, 1998.